Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
426 MANUEL JESUS APARJCIO VEGA das circunstancias la dicha Constitución cuando llegó a nuestras manos. Nos exhortamos constantemente al reconocimiento y obe– decimiento de las dichas Cortes. No dejábamos de conocer que así en la Constitución como en la formación de Cortes había sus de– fectos y vicios, y no dejábamos de expresarlo a lgunas veces en el púlpito, mas diciendo que no por eso podían dejar de ser respe– tados y obedecidos considerando que no hay establecimiento al– guno humano que no tenga en sus principios algunos defectos, los que se une después en uno con las luces que produce la expe– riencia, pues sola nuestra Santa Religión que salió inmediatamen– te de la boca de la misma sabiduría es la que fue plenamente per– fecta desde su principio, sin que pudiese admitir más perfección. Mas a la verdad no conocimos completamente su nulidad, quizá por nuestra ignorancia en el clerecho, cuyo estudio no hemos pro– fesado; pero ello es que aun cuando la hubiésemos conocido era oportuno en aquellas circunstancias el scostener el respeto a las Cortes, y exhortar al cumplimiento de su Constitución y Decretos, pues de lo contrario faltaba el punto central de reunión de esta Monarquía, que se hallaba como huérfano con la ausencia y cau– tividad de su Padre que es el Rey nuestro Señor. Por esto deci– mos que aunque hubiéramos conocido con la mayor claridad to– dos los vicios, y defectos, que anulan tanto a la Constitución co– mo al Congreso, que la formó siempre hubiéramos sostenido lo uno y lo otro no diciendo que todo era legítimo, pues no acostum– bramos proferir por nuestros labios, lo que protestamos con sin– ceridad que estamos muy distantes, porque hemos llegado a co- 11ocer la futileza de los bienes de la tierra y, por tanto no los ape– tecemos, sino solamente los eternos que han de saciar algún día nuestro corazón, y que esperamos con confianza de la misericor– dia del Señor que es el que nos ha dado aquel conocimiento y desprendimiento, y esta esperanza, los cuales no son nuestros, si– no todos dones suyos con que nos ha dotado sólo porque ha que- 1ido sin méritos algunos de nuestra parte, por lo que no debemos gloriarnos, ni nos gloriamos en ellos, si no referirnos toda Ja glo– ria a la liberalidad de su Autor, al Rey inmortal e invisible de los siglos, a quien sólo es debida la gloria y el honor. Llevado, repe– timos no del espíritu de lisonja, ni de adulación de que son suscepti– bles los que aspiran a premios del mundo, sino solamente de la fuerza de la verdad que ha convencido nuestro entendimiento, vamos a explicar a todos nuestros fieles los sólidos fundamentos en que Su Majestad se apoya para declarar esta nulidad y empe– Zf\mos desde luego.
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