Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 435 ~i las has recibido, si no era tuya y sólo la tienes porque yo volun– taria y graciosamente la he dado, por qué te glorias como si no la hubieras recibido? (1) Da pues el honor y la gloria de lo que te distingue a tu Dios, y a tu Señor, al Rey inmortal de los siglos a quién sólo corresponde propia y esencialmente en todo el Univer– so el honor y el imperio sempiterno (2). En esta clase pues la más sublime bien instruida y bien dis– puesta para no gloriarse en ella y obteniendo la primogenitura, entre sus hermanos, nació por disposición de la Divina Providen– cia el Señor Don Fernando VII, para ser elevado algún día al trono de sus padres, al que subió temprano conforme a los ocul– tos decretos del mismo Dios por la renuncia que en vida hizo en él de su Reino su augusto Padre. Apenas subió al trono cuando la Nación entera se llenó de regocijo, el cual se convirtió luego en llanto por la atroz felonía con que le cautivó, acaso el mayor t'c los tiranos, que ha tenido el orbe, que poseía ya dominios más extensos que ninguno de los monarcas de la tierra, que aspiraba a dominar a el mundo entero y que ahora ya nada tiene, nada po– ~ec, y está reducido a la clase de un simple miserable y desprecia– ble particular de la que había salido para ser elevado al trono C.<: la Francia contra la voluntad se puede decir del Señor, aunque siempre por é:lisposición del mismo Dios, que quiso elevarle para humillarle y para castigar a la Europa entera con ese azote que ha tratado después de haberla azotado, y de haber abierto con el mis– mo en esta América unas heridas que todavía no empiezan a ci– catrizarse. Mas al primer golpe de este horroroso atentado del abominable, formidable, y ya despreciado Napoleón, Ja España aunque exhausta de guerreros y de riquezas y casi moribunda le– vantó su cabeza para contrarrestarle y proclamó por su Rey a m1estro amado Fernando VII, en todas sus provincias, aunque es– taba cautivo en manos del opresor. La América siguió las pisadas de la Madre Patria y todas las ciudades y pueblos de uno y otro hemisferio lo aclamaron y juraron la obediencia a este nuevo dt> scado y suspirado Rey que se hallaba cautivo, y afligido en el mis– mo modo y forma en que habían proclamado y jurado a sus an– tecesores, y sin u surparle ningunos de los derechos que le corres– ponden, conforme a nuestras antiguas primitivas leyes. ¿Cómo (1) D. Pau. ibid. ¿Quit haber quod non accepisti? si autem accepisli ¿quis goriaris quasi no acceperis? (2) Div. Pau. 1 Tim. C.6.v.16. Cui honor, et imperium sempiternum.

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