Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 439 vez, diciendo que sea excomulgado en presencia del Espíritu Santo y de los Mártires de Cristo; extrañado de la Iglesia Católica, que profanó con su perjurio y ajeno de toda comunión con los cris– tianos, ni tenga parte en los justos, sino que sea condenado con el diablo, y sus ángeles a los eternos suplicios, juntamente con todos los que se mezclan en sus conjuraciones, a fin de que con igual pena serán castiga.dos los que igualó el delitoc. . . Por tanto, si os parece bien esta se~tencia tres veces propalada confirmá– dola. . . Fue repetido por todos los sacerdotes de Dios, Clero y Pueblo, el que contraviniere a esta vuestra definición sea anatema maranatha (esto es) perdición en la venida del Señor, y tenga en su parte con Judas Iscariote ellos y todos sus compañeros. Amén". Y si fuese clérigo el que prestase auxilio con palabras u obras a algún insurgente, no pueda ser absuelto de la excomu– nión, sino en el último trance de su vida cumplida antes la legíti– ma penitencia. Tened esto presente, amados hijos nuestros, y considerad si deberemos adherir más a los falsos raciocinios de un Voltaire y un Rousseau, que si Dios no ha hecho con ellos en el último instante de su vida uno de los más grandes prodigios de su mise– ricordia, estarán ahora ardiendo en el Infierno en el que no cre– yeron por su falsa y vana sabiduría, de cuya falsedad estarán ya bien cerciorados como de la verdad de aquella cárcel de suplicios eternos . Considerad, volvemos a decir si deberemos más adherir a estos hombres ilusos y envanecidos que a las sentencias de tan– tos padres respetables congregados en el Espiritu Santo, en dos Concilios celebrados y respetados en toda la Iglesia Católica y que afligen especialmente a toda la Nación Española, por ser como hemos dicho nacionales y cuyos anatemas ha manifestado el Señor quiere que sean probados con enormes castigos temporales que ha ejecutado, manifestando su indignación de un modo el más claro. No perdais de vista, amados hijos nuestros, el ejemplo que será memorable en todos los siglos venideros que acaba de suce– der con la Francia, y que el Señor ha puesto a la faz de las Na– ciones, para contenerlas a todas, si quieren abrir los ojos de su espíritu y entender. La Francia llegó a disgustarse de las contri– buciones a favor del Real Erario que le parecían insoportables en el tiempo de Luis XVI. Trató de remediar esto, mas no por los medios que debía de sus suplicas al Soberano y de sus ruegos a Dios, sino por los de la fuerza erigiéndose en soberana sobre
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