Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 441 sobre nosotros si prevaleciese el sistema de la rebelión! ¿Cuántos se levantaría!? a mandar juzgándose todos con un mismo derecho, que es ninguno en todos y cuánta sangre correría por nuestros campos y dentro de nuestros mismos pueblos? Cuando alguno llegase a triunfar, y a dominar ¿qué sabemos lo que sería y si causaría tantos males a esta América, como los que ha traído a la Francia Napoleón? Y qué contribuciones no exigiría para cuntrarrestar a las fuerzas europeas que vendrían a combatirle y a recobrar sus dominios? Y después de haber exhaustado a to– dos estos naturales ¿cómo podrían preparar fuerzas suficientes para resistir aun a la España sola que tiene en el día sobre las armas más de doscientos mil soldados instruidos en el arte militar y aguerridos? Y cuánto menos a la España unida con las demás , potencias europeas que la auxiliarían pues con todas está ya en paz y liga. ¿Qué ríos de sangre no inundarían estos países y con cuán duras condiciones no reinaría entonces justamente sobre vosotros el Monarca que no os miraría ya sino como a unos hijos rebeldes rebelados contra su padre amoroso y subyugado sólo por la fuerza, y no por el amor al padre, ni por respeto a Dios? Considerad bien esto amados hijos nuestros. Temed todas las desgracias temporales que os ·amenazan con evidencia si preva– lece el partido de la insurrección contra el Rey, y s i alucinados os dejáis llevar de sus seductoras máximas, y no les contrarres– tais defendiendo los derechos de vuestro Soberano, temed tam– bién los castigos eternos con que el Señor castigará a los que desprecian a su lugarteniente sobre la tierra. Considerad esto, volvemos a decir y entended que aun cuando un Rey sale malo, no n<?S es lícito rebelarnos contra él, sino su– frirlo como un castigo con que el Señor quiere purgar nuestras culpas en este mundo para perdonarnos en el otro y levantar nuestras manos al cielo para pedir rendidamente a nuestro Dios que lo haga bueno o lo saque de la región de los vivientes del modo que justamente puede hacerlo el que sólo es dueño de la vida y de la muerte, si conviene para honra y gloria suya, bien de nuestras almas, y de la suya propia y cuando un Rey es bueno debemos dar las más reverentes gracias al Señor por tamaño be– neficio, y tales son los sentimientos de gratitud que debemos con– cebir, y con que debemos corresponder a la bondad de nuestro Dios por habernos dado y restituido al señor Don Fernando VII. en quien parece que ha derramado sus carismas con abundancia para que sea como otro David, un Rey según su corazón, labrán-
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