Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

444 MANUEL JESUS APARICIO VEGA por el temor de su ira, sino también por nuestra propia concien– cia" y el Apóstol San Pedro (1) "estad sujetos al Rey como sobe– rano que es, y a los gobernadores como enviados por él" y más adelante: "Siervos, sed obedientes a vuestros señores, con todo temor, no solamente a los buenos y moderados sino también a los díscolos y de recia condición". A más de que no haya autor alguno católico de sana moral que explicando el cuarto precepto del D~ cálogo que man,da honrar a nuestros padres, no coloque en el número de éstos a nuestros reyes como padres políticos y civiles. Y así debemos obedecer a nuestros señores temporales, aun cuan– do sean malos como nos lo dice terminantemente en el último oráculo divino que hemos citado proferido por el Apóstol Sari Pearo, ¿cuánto más lo deberemos ejecutar con un rey, tan bueno y un señor nuestro temporal tan lleno de virtudes tan dulce y tan amable? ¿y con qué alegría no deberemos cumplir sus pre· ceptos? De aquí es, amados hijos nuestros, que no podemos expli– carnos bastantemente el dolor que justamente oprime nuestro corazón, al ver que cuando debíamos estar rebozando de regocijo, cando las más reverentes y expresivas gracias a nuestro Dios que nos ha enviado un Rey a medida de nuestros deseos como un presente de su beneficencia, que lo ha sa.;ado para ponerlo entre nosotros ae las manos que sacrílegamente se decían omnipotentes, del mayor de Jos tiranos del mundo entero, abatiendo a éste h:ista extinguir todo su poder, y aun desterrándolo, y confinán– dolo del propio terreno que dominaba imperiosamente como ya os hemos referido, suceso nunca bien ponderado que asombra a todos Jos vivientes, que asombra a toda la posteridad y que no puede ser obra sino de la verdadera omnipotencia de nuestro Dios que sacó al mundo de la nada, el que dispuso o permitió que nuestro Soberano fuese arrancado del seno de una Nación que acababa de recibirle con las demostraciones más sinceramente ex– presivas de su amor, con el dolo y la felonía más execrable, sin duda como llevamos insinuado para castigar a esta Nación misma, y purificarla con sus paternales castigos de los crímenes que ha– bían cundido por toda ella; para encender más el amor de la Nación para con su rey, al considerarle afligido con su opresión, y el del rey para con la Nación al descubrir su Majestad su fide- (!) D. Pet. 1 C. v. 13. Subditi igitur stote omni humane crcature propter Deum sive Rcgi, tan quam prccclcnti.

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