Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 181• 447 a un Rey de quien el Señor tiene declarado visiblemente a todos lo& que no quieren cerrar sus ojos a la luz que quiere que reine en todos los dominios, que antes le estaban sometidos y que reco– bre todos sus derechos. Nos afligimos sobremanera, amados hijos nuestros, cuando vemos que en algunas partes de esta América, y aun en las más cercanas a esta nuestra Diócesis, como lo es el Cusco, haya pren– dido el fuego de la discordia, cuando si hubiese estado antes ~·rendido debía en esta ocasión apagarse al soplo de tan gran suceso, de cuya verdad se afecta o se finge dudar para cohonestar la obstinación, como esperamos en el Señor, que se apague en aquellas partes que antes estaban sublevadas al resonar en ellas tan plausible nueva y al obtener el perdón que no dudo obten– drán de la boca misericordiosa de su Majestad a quien se asegura que han ocurrido para impetrado. Nos afligimos, volvemos a repetir, de que haya empezado la rebelión en donde antes todo había sido fidelidad, y al considerar si acaso ésta llegara a infestar alguna de la sana parte de nuestra Diócesis, a quien hasta aquí ha de preservado del corrompido modo de pensar de las opiniones se– diciosas el Señor, a quien rogamos rendidamente y esperamos de su misericordia que siga preservando a estos nuestros hijos, o más bien a estos hijos suyos que ha puesto a nuestro cuidado de esta infestación como también de volver a ser invadidos por las tropas insurgentes que ocuparon la capital de esta nuestra Diócesis el diez del pasado mes de noviembre último permitiéndolo el Señor quizá para que fuesen después más vigilantes, y más firmes en despreciar sus seductoras ideas, desengañados de las seductoras sugestiones con que les inspiraban una falsa esperanza de felici– dad; suceso que llenó nuestro corazón de la más terrible amargu– ra, la que endulzó el mismo Dios con el auxilio de las armas del Rey, que mandadas como ya hemos dicho, por el señor Mariscal de Campo Don Juan Ramkez, pusieron a los enemigos en vergon– zosa fuga, disiparon la densa oscura y tormentosa nube que la oscurecía, trajeron la luz y la serenidad, y llenaron a esta ciudad de alegría. En estas tristes y aflictivas circunstancias en que nos halla– mos, en las que se puede decir de nuestro Rey, lo mismo que dijo el Evangelista San Juan de nuestro Redentor Jesucristo, cuan– do fue desechado de su pueblo escogido (1), "vino a su propiedad (1) D. Joam. C. l. in Eu. in propia venit, et sui eum non receperunt.
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