Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 479 latría sobre la ruina de los Altares del Dios verdadero: De este horroroso principio parten los escandalosos designios de querer .:xterminar a los beneméritos hijos de la Madre Patria según el anónimo que acompaño a Vuestra Ilustrisfma, y por el mismo principio se están exterminando insensiblemente los más reco• mendables individuos de la propia América; a más de esto: el in– grato pérfido indio Pumacahua ha exaltado infinitamente el entu– siasmo de sus semejantes, ofreciéndoles serán árbitros de las vidas y propiedades de los que no son indios, con recuerdo a aquellos primitivos derechos que se dieron al legítimo de la conquista, y que debieron olvidar por gratitud al grande beneficio de la Reli– gión, por la cual únicamente pueden ser participantes de la ver– dadera, eterna felicidad = Deduzca V/Uestra Ilustrísima de aquí la energía con que los sucesores de los Apóstoles deben de traba· jar en la conservación de la mies del Señor, dignándose expedir la conveniente circular para que los señores curas cooperen al mejor éxito de mis providencias como lo espero del infatigable celo de Vuestra Ilustrísima por el servicio de Dios, del Rey y de la Patria.- Dios guarde a usted muchos años.- Arequipa marzo nueve de mil ochocientos quince.- Pío de Tristán.- Ilustrísimo sefior Obispo de esta Diócesis doctor don Luis Gonzaga de la Encina. Al margen.- BANDO.- Don Pío de Tristán Brigadier de los Reales Ejércitos, Gobernador Intendente, y Comandante Ge– r.eral Interino de las Armas en esta Provincia de Arequipa, y Departamento de las Costas del Mar del Sur etc.- Después que los insurgentes del Cusco, aprovechando de las preocupaciones de cierto número de hombres indignos de contarse en el fidelísi– ¡no y esforzado vecindario de esta provincia, lograron ultrajarla hasta el último extremo, con establecer en ella, aunque por pocos días el degradante e ignominioso sistema de una independencia quimérica, prudentemente debe tenerse, que permaneciendo en el errado concepto de contar con la inacción, Y. apatía de algunos i!'ltente volver a cubrirnos de oprobio y amargura, para re> p:oducir los crímenes latrocinios con que saciaron su desmesu– rada codicia. Ninguno por distante que haya estado, puede igno- 1 ar estos excesos cuando aún resuena el clamor de los infelices, que pirvados de lo poco en que fundaban su subsistencia y la de sus mujeres e hijos, han quedado expuestos a la miseria e indi– gencia que no conocieron hasta la desgraciada época de su inva-
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