Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
480 MANUEL Jl!SUS APARICIO VEGA sión. Si hay alguno que sordo a los gritos de su propia conciencia por los perjuicios y ruina de sus semejantes, resuelva con teme– ridad conservarse indiferente, en defenderse, y defender a sus conciudadanos, cumpliendo las estrechas obligaciones que son inseparables de estar reunidos en sociedad, debe saber que una nueva invasión presentaría horrores que recomendamos con dolor respecto de La Paz, Puno, y otras provincias, y que no se cometie ron en esta ciudad, hoy objeto de su encono y rencor, no por– que faltara disposiciones en nuestros agresores, cuyos designios seguramente se extienden a hacer desaparecer de este hemisferio toda casta que no sea Ja que restablezca el imperio de los Gentiles Incas, si por Ja hipocresía con que trataron alucinar, hasta que sus proyectos adquiriesen Ja posibilidad de prevalecer, y porque también se hallaba próximo el ejército Real a quien debemos nuestra restauración cebe saber asimismo, que a más de ser abo– minable entre los vasallos fieles, el Gobierno tiene autoridad, y recursos para obrar contra estos miembros inútiles, y de consi– guiente criminales, con todo el rigor a que son condignos los mis– mos enemigos, y mucho más si son de aquellos que abrigando en su corazón ideas depravadas de adhesión a los insurgentes, bostezan invenciones que infundan temor desengañados de que el carácter Arequipeño, está en contradicción con lo que no sea fidelidad al soberano, sumisión a sus legítimos Representantes, y odio eterno a los innovadores del orden público. Convencido de estos principios incontestables, como vuestro compatriota, y co– mo vuestro Gobernador, aspirando a cumplir con los deberes, a que por una y otra representación estoy ligado, para alejar de entre nosotros las desgracias que prácticamente hemos experimentado, y para exaltar Ja gloriosa opinión, y buen nombre de nuestro Pa– trio Suelo, he resuelto, que a precaución de Jos proyectos hostiles del enemigo, no quede Arequipeño en la ciudad y pueblos subur– bios que no esté prevenido, a obrar con acierto y energía si Ja necesidad lo exige. Todos sabemos que el ejército del mando del señor General Mariscal de Campo don Juan Ramírez, marcha en persecución de aquél al mismo tiempo que otra columna respe– table al mando del señor Coronel don Vicente Gonzales se aproxi– ma por la parte de Huamanga para combinar sus operaciones en la sujeción, y escarmiento del Cusco. Estas fuerzas irresistibles a los insurgentes, que en realidad no tienen otras que las de Ja multitud desconcertada y halagada con el saqueo y la imprudencia de fraguar, y propagar especies que sólo caben en su delirante
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