Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

494 MANUEL JESUS APARICIO VEGA do del señor Comandante don Joaquín Revuelta, allí serví. como cin· co meses hasta que el caudillo Melor nos derrotó, y fui herido, y hecho prisionero: me llevaron a la Paz enfermo, y el día de la ex· plosión del cuartel, deserté con otros compañeros, auxiliados por las Monjas Concebidas; nos veníamos para Arequipa y como toda la Sierra estaba inundada de insurgentes escogimos el camino del despoblado, para mal nuestro, porque en Cabanillas caímos a ma· nos de Pumacahua, quien con sus formidables amenazas nos con· dujo a ésta ciudad, donde entramos el primero de noviembre des· pués de la batalla de Cangallo en la que no entré, pues tenía la he– rida que aún conservo en la pierna, adquirida en el Desaguadero en servicio de su Majestad. El catorce del mismo nos desertamos para Moliendo, donde incógnito me estuve trabajando, hasta que supe que el señor Mariscal de Campo don Juan Ramírez ocupó es– ta ciudad. Me vine luego a seguir con mi prima y única inclinación de servir al Rey, como en efecto lo verifique entrando en la Guar– dia de honor de dicho señor General a su lado estuviera en la ac– tualiaad, vengándome de la opresión de los Cusqueños si el señor Comandante Cuellar, por aviso de mi señora de que era esclavo, no me hubiera despedido. La prueba evidente de que sólo coacto podía estar con los in– surgentes es que cuando encontraba proporción me desertaba, co· mo practiqué en las dos veces que llevo detrás y esto cuando es· taban triunfantes, y victoriosos. Usted sabe, mejor que ninguno, que no hay soldado que deserte después de conseguida la victoria por el cual hay que servir porque entonces es cuando recoge el fruto de hacer trabajos, luego si no me deserté de ellos en las dos veces que por victoriosos estaban descuidados es evidente que sólo la opresión me pudo tener a su lado. Del ejército Real nunca habría desertado, y tampoco me he separado por mi voluntad luego es cierto· que en mí no hay otra adicción ni otra inclinación sino por Nuestro Soberano, por quien justamente he derramado mi sangre. No elegí pasar mi vida en los ardores de la Costa a expensas jor– nal diario de mis brazos, más bien que tirar el sueldo de unos hom· bres sublevados contra su Mona rca. En fuerza de estas obvias re– flexiones que resultan del proceso por que se me tiene con una platina que tanto me atormenta, ¿y por qué el Fiscal pide mi depor· tación a un presidio por tres años? Aun cuando se me considere reo, la prisión, como dice el Marqués Beccaria y otros criminalis· t~:s, sólo debe ser para la seguridad, y no por tormento, y aflicción de los infelices.

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx