Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 535 sideración: sin hacer aprecio de esta inmensa multitud dimos vuel– ta a dicha colina, y fuimos a campar a las faldas de un morrito bajo desde donde se descubría la formación de los enemigos des– de el principio hasta el cabo.- Luego que llegamos, comenzamos a poner nuestras tiendas y acomodar las bestias: aún no se habían acabado de clavar todas, cuando se empeñaron a incomodarnos con su artillería, cargando la mayor parte a las guerrillas que se habían situado a las orillas de un bando que se presentaba fácil de transitar por la izquierda a distancia de más de media legua. Como se advirtiese que se hallaban apurados por cerca de 80 tiros de cañón que les hicieron con tres piezas, mandó el general refor– zar con 30 hombres, luego con una compañía del regimiento del ge– neral, y aún no siendo bastante para contener la mucha fuerza de infantería con fusil y caballería que se sabía pasaba el río a toda diligencia, protegido de su artillería que incesantemente hacia fue– go, determinó caminasen las 4 compañías de este regimiento. En tretanto se acudía a esta necesidad, no cesaba el fuego de las pie– zas que habían colocado al frente del campo que pasaba de 6. En este estado asomó por la derecha una columna desmedida de ca– ballería, en apariencia de pasar el río por un lugar que formaba algunos brazos, se acudió a contener con una de las compañías de granaderos, y el fuego no cesaba de incomodar al campo. Hallán– dose sofocado con semejante insulto, y desesperado el general, aunque la hora era importuna porque se acercaban las 3, resolvió a pasar el río con cosa de 500 hombres que habían quedado, por– que los demás estaban dispersos en varios puntos. Formó la gente y se arrojó al río por el lugar que Je pareció prestase más facilidad su tránsito, y a su ejemplo siguieron los oficiales, muchos de ellos, a pie sin sacarse las botas, y Jos soldados fa·aron los pantalones poniéndose Ja cartuchera sobre la cabeza, y los fusiles al pescuezo; se metieron al agua que les daba hasta los sobacos, no deteniéndolos la vista de algunos que se ahogaban, ni la fuerza de las balas que caían sobre ellos, ni el que el general casi hubiese perecido en uno de los brazos por habérsele enfangado y caído la mula, en cuya oca– sión no pudo evitar la mojadura hasta la cintura. Mientras esta diligencia del paso, batían incesantemente 4 piezas de nuestra parte, conteniendo se acercasen los enemigos a impedir nuestra gente, y se logró el tránsito de toda la tropa que iba en compañía de nuestro valeroso general, que desplegó en batalla, y comenzó a marchar contra el enemigo sin hacer un tiro hasta verse muy cer– cado de ellos: entonces mandó hacer una descarga cerrada, con la que dispersó la gruesa fuerza que acudía sobre él, siguió a marcha

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