Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
548 MANUEL JESUS APARICIO VEGA injusticias sorteando por ello en su oportunidad tiempo, para trans– ferir los reinos en las gentes por los propios derechos que han perdido y con ellas hace aparecer siempre a los hombres, los lími– tes de su eterna constitución; en unos para que resplandezca en Justicia, y en otros el Gobierno de su omnipotencia; si en aquella las pestes, las hambres, las guerras, los temblores de tierra y aun los malos hombres que los gobiernan son el azote con el que castiga lentamente a Jos reinos antes de destruirlos y ponerlos su– jetos a otras dominaciones extranjeras; en éstos Ja división de w1a alta cordillera, un empinado monte, un río caudaloso o un brazo de mar, son también Jos límites de su alta legislación para que las naciones así separadas unas de otras, se reconozcan y eviten su confusión, e igualmente unidas en sus respectivas y co– mo cerradas comarcas, se asocien y amen mutuamente, con pecu– liares Leyes, buscando en suelo patrio su existencia y propaga– ción hasta el fin de las generaciones, con la felicidad de sus pecu– liares costumbres adecuadas a la localidad de su terreno, salubri– dad de su clima, producción de sus frutos, industria de sus natu– rales y comunicación de sus límitrofes por Ja importación y ex– portación de sus frutos e industrias en el remedio de sus necesi– dades. Si vemos que no obstante t!stas sabias leyes con las que la Naturaleza divide la habitación de sus moradores, la malicia de los hombres superando la inocencia de los débiles con enga– nos y crueldades permite que por algún tiempo por sus inexcru– lables juicios, robe estos iímites de su patria propiedad, engran– diciéndose éstos con las necesidades de aquéllos, la Divina Provi– dencia, que de lo alto de su omnipotencia desciende a ver estas injusticias, también las juzga, volviendo en tiempo oportuno a los antiguos límites de su natural localidad a los inhumanos, para que no se destruyan y se hagan más infelices las generaciones ve– mos que si nuestra desgraciada península tuvo en nuestros amar– gos días un Carlos insulso, el que fiándose (contra el estableci– miento de las leyes de las gentes), en el todo de sus ineptos fa– voritos insultó con desvergüenza a todas las corporaciones de su reinos y últimamente abdicando en su arbitrariedad este grande Imperio Español a su Sobero Fernando, cuando se hallaba éste censurado públicamente hasta por sus propios padres del infiden– te, cuya Nación parece que fue para que esto se declarase cuando él con toda su familia real, y sin el necesario conocimiento del reino (que le había jurado) lo desamparó pasándose al de la Francia con la resistencia e ignominia que todos sabemos a en-
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