Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
550 MANUEL JESUS APARICIO VEGA ricanos y todos Jos que disfrutamos este su benigno y vastísimo continente, ya no somos colonias de los europeos, Ymenos sus conquistados. Si ya somos unos hombres por naturaleza libres, cuya libertad a más de ser de suyo natural, nos la han declarado y publicado en tan autorizadas cortes los propios hijos y repre– sentantes de los buenos o malos, y únicos conquistadores de este hemisferio americano; ¿por qué dudamos de nuestra libertad? <Qué vínculos ya nos pueden oprimir? ¿Por qué nos creemos li– bres por este heroico acto de nuestra emancipación en cortes? (.Por qué pues no recibimos con la debida gratitud de los verda· cleros representantes de los conquistadores de este nuestro suelo Ju~ bienes patrios, que nos franquea, hasta la misma naturaleza? ¿Por qué en virtud de esta declaración o donación no usaremos de nuestros naturales derechos de Ja libertad americana, como aquellos sus otros hermanos de la suya península? ¿Por qué si aquéllos formando una insurrección general en toda su península pretenden arrojar a sus opresores franceses contra los decretos de sus dos últimos Reyes Carlos y Fernando, nosotros no haremos lo mismo siendo iguales a ellos? Si la insurrección de los espa· fioles peninsulares fue Santa Gloriosa, y tan celebrada en las re· petidas sesiones de sus cortes, y aun por las potencias extranje– ras. ¿Por qué la de los españoles americanos con iguales derechos y mayores causas no lo será también por todas las naciones del mundo, y aun por los mismos filósofos de la península? Estos, juzgando no tanto por la multitud de injusticias que han padeci– do los habitantes de este su separado continente, cuanto por la imposibifídad de su necesario remedio, en razón de la distancia de tres mil a cuatro mil leguas de mares surcados siempre de enemigos y piratas que dividen y roban la jurisdicción y gobier· no de estos dos continentes celebrarán por todos los siglos, no sólo por Santa y gloriosa esta nuestra libertad americana, sino por debida, justa y necesaria en el derecho de los humanos. Si Dios permitió, concedió o puso reyes a los pueblos para que éstos fue· sen gobernados en justicia, o éstos establecieron magistrados a su voluntad, o fueron éstos exigidos a la violencia del más fuerte; fue siempre para que vivieran con ellos; viesen sus necesidades con sus propios ojos, y sufriesen las intemperies de su propio Y natural suelo y disfruten también con ellos sus producciones mas no para que de seis mil leguas los mandasen cuyas órdenes mu· chas veces se dirigieran a los muertos; y otras tan intempestivas, que cuando llegasen a su cumplimiento fuesen más en desprecio de
Made with FlippingBook
RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx