Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 553 deo tenga un solo sol con el membrete: Aquí nace nuestro Impe– rio Peruano; y la de Lima, Aquí nace el ocaso de nuestro Imperio Peruano . Y también para que en ésta del Cusco se establezca con las proporciones de su localidad, unas constantes y perpetuas Cortes de los Diputados trienales de todas las expresadas Provin– c.ins para cortar siempre el Despotismo devorador de las Monar– quías, y por ellos se elija en sus generales juntas, no sólo el gé– nero de Gobierno que deba contribuir para nuestra seguridad, sino es el que también por ellos siempre s in aceptación de indi– viduos ni lugares se nombre y elija del modo más oportuno y determinado las comisiones y personas que hayan de ejercer to– da clase de autoridad en este nuestro vasto Imperio peruano y las embajadas necesarias con las demás naciones americanas y europeas, según lo exige el derecho de las gentes y su comercio: Como igualmente sus concilios nacionales en cada diez años, pnra restablecer la Disciplina Eclesiástica y al amparo y protección de éstas sus soberanas cortes, así por la imposibilidad de los recur– sos del Romano Pontífice, como porque sólo es él, el Centro de la Fe, no es Roma el de la Disciplina de la Iglesia como se advierte en sus primeros siglos, y en la Doctrina de sus Santos Escritores. A la unión pues os convida el europeo americano más amante ael País que le alimenta hace diez y seis años, y el que por su justicia hace casi otros tantos, está padeciendo como es de pú– blico y notorio y el que aunque lleno de temerarias imposiciones por el Gobierno anterior no le han podido entumecer n i las cárceles, ni los calabozos, ni las contumelias, ni la pérdida de sus hono– res, ni sus intereses, ni toda clase de trabajos que ha sufrido de los tiranos de la Justicia de la Patria que le daba su subsistencia, tal es su debido reconocimiento y el que por estos padecimientos espera en el Señor ser colocado entre los bienaventurados que pa– decen por la Justicia. A la unión pues de nuestras fuerzas que uni– das éstas son mucho mayores que las que nos puedan enviar nues– tros enemigos, si éstos como enloquecidos de ver que se les qui– ta la autoridad de su infernal despotismo, nos amenazan con la venida de doscientos mil europeos; nosotros los podremos, con más verdad, amenazar a estos nuestros agresores con catorce millones de defensores, de nuestros naturales y sagrados derechos Y los diezmos como los valerosos macabeos, que siendo más fácil Y justo defender nuestros hogares y subsistencias a toda costa de muertes y suplicios que el surcar de mares inmensos y acometernos Y robarnos, no se podrá dudar que eran víctimas ignominiosas y pre-
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