Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 559 Maestro Jesús nos ha dejado hasta la consumación de los siglos para nuestra inteligencia y gobierno: registremos en ellos unde bello et litis in nobis y hallaremos su respuesta en la Epístola Ca– nónica de Santiago Apóstol el que nos dice: Que estas guerras, es– tas sediciones y estos Pleitos que nos rodean y nos turban el amor vienen y son originados: conscupiscentia ventris que militant in membris vestris. Si señores ese desordenado deseo de tener sólo para sí sobre nuestros hermanos, ese codiciar los bienes ajenos que nos está expresamente prohibido en el Decálogo, o envidia in– fernal de ver que sus hermanos por la heroicidad de sus obras, y cesarán siempre que la infernal semilla de las guerras de las sedi– ciones y de los pleitos, los que perturbándonos el orden de la cari– dad entre nosotros mismos y estas discordias son las que nos impi– den seguir a nuestro Maestro Jesús con el ejemplar de nuestro Santo Apóstol. En efecto señores: Si las redes, el Barco y el oficio de Pescador impiden a nuestro Apóstol el seguir a Jesús ¿cómo no nos impedirán estas nuestras concupiscencias que han causado y causan tantas muertes en nuestros hermanos? Echemos los ojos en los primeros años de la reprobada conquista de esta nuestra América hasta nuestros días y reflexionemos por todos ellos cuál ha sido la causa de nuestras depravadas costumbres que la de nues– tros atrasos domésticos, y en la industria popular, y cuál la de nuestras inquietudes? y no hallarán otra que la original que nos dice el Apóstol: ex concup, etc. Apartémonos de estas nuestras des– ordenadas pasiones. Reflexionemos que todos los mortales tenemos de vivir en libertad sobre el derecho que nos ha producido con la debida proximidad y amor de él, y advertiremos que teniendo es– te amor de proximidad de los habitantes sus necesarios grados de localidad y cercanía debemos de estimar más a aquellos que viven con nosotros, y que disfrutan del mismo temperamento y tienen las mismas costumbres que nosotros, que aquellos que están separa– dos de nosotros seis mil leguas, porque el querer que estos alie– nojenas tan remotos sean sobre nosotros, es el faltar al debido or– den de la caridad con el prójimo, y ser por último ingrato a la Patria que nos sustenta. El reconocer en buena conciencia estos sagrados derechos de la Raza y más con los motivos y circunstan– cias legales que han precedido y despreciarlas causando tantas muertes y desastres en su propia Patria, por sólo respetos persona– les, es la mayor que pueden cometer los hombres contra su Patria, y ésta es la que se queja ingratos y desnaturalizados, no con las lágrimas en los ojos como la esposa de los Cartases, sino con la carne de vuestros hombres filii matris autem me continuo relic-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx