Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 573 to, y campar al pie de otro morro muy aparente para colocar la 'artillería y jugarla en circunferencia, persuadido de que la de los enemigos no podría incomodarme desde la banda opuesta, porque ignoraba que las piezas que fabricaron en esta ciudad con la denominación de viborones, calibre menor, tuviesen largo al– cance. A los pocos instantes que senté mi campo, empezaron a caño– neado tan obstinadamente, que y¡i no contábamos con un lugar seguro. La línea que se nos presentó, se engrosaba progresivamen– te y acercaba a la corta distancia de poderse percibir y entender las expresiones de insultos y desafíos. Una asombrosa caballería dividida en trozos, amagaba asaltar mi campo por todas partes, yo me mantenía con la tropa dentro de él, como escondido entre los peñascos del morro para aparentar debilidad o cobardía, y que envanecidos ellos de su incomparable fuerza, cayesen en al– guno de los descuidos militares que en iguales lances proporcio– na la victoria. No sucedió así, mediante que el plan de ataque lo tenían bien trazado con anticipadas combinaciones, y una ajusta– da premeditación a las circunstancias de la localidad; antes por el contrario, pasando el río, cargaron de improviso sobre mi cos– tado izquierdo, y atacaron la guerrilla que había avanzado un tanto para asegurar el campo. Al mismo tiempo que yo daba mis disposiciones de refuerzo a aquélla, recibí aviso que ya se dirigía otro trozo por mi costa– do derecho, contra el que despaché inmediatamente la primera compañía de granaderos del primer regimiento, a cargo de su ca– pitán, el teniente coronel don Manuel Veneto, la cual hasta el fin de la acción, obró valerosamente, oponiendo un dique invencible a la inundación que me venía con el doble objeto de ponerme en– tre dos fuergos y posesionarse del campo, que racionalmente su• pusieron lo había de abandonar en los ulteriores apuros. Este aparato tan formidable que para infundir mayor terror, puso a su frente la sanguinaria insignia de una bandera negra, co– mo cruel significativo de que se nos negaría cuartel, en lugar de acobardar a mis tropas, inspiró en ellas sólo el ardor, y el deseo cie morir con honra. La voz de viva el Rey, que repetidamente re– sonaba entre el entusiasmo y el valor, inflamó de tal manera los corazones, que luego que mandé avanzar el resto del ejército en la formación de batalla en que se hallaba desde los primeros mo– vimientos del enemigo. ocupó brevemente el perfil de la orilla del río, en la cual sostenían en protección un pavoroso fuego las dos
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