Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 623 vir y obedecer sus preceptos: que en esta atención el Comandante doctor Ríos, mandó que inmediatamente diese orden como cacique, y Alcalde de aquel lugar saliesen con vigilancia a arrear mulas y ca– ballos que necesitaban para pasar con su tropa al día siguiente para adelante: Que en esta virtud el citado Flores haciendo se juntasen sus Alcaldes, Ilacatas, y demás subalternos y cuantos le manifes– taron a su presencia les comunicó con todo fervor se encaminasen sin pérdida de tiempo a juntar dichas mulas y caballos; que luego pasaron los unos a casa del Cura, y los otros a la del citado Flores a comer: Que llegada la noche dispusieron las patrullas, avanzadas, etc., y vio el declarante que de primera patrulla salió el mismo Comandante y de segunda don José Flores con los respectivos sol– dados que sacaron de Ja Prevención, y unos, y otros dieron cuenta ele que no había novedad; pero que no obstante esto a cosa de dos de la mañana, sintieron un tumulto de gente enemiga, a pie, y ca– ballo que se arrojaba contra la tropas del Rey, con griterías y opro– bios inexplicables amenazando a todos los Vasallos del Rey con Ja muerte: Que con esta novedad todos se pusieron en pie a tocar las armas para Ja defensa, y en este acto vio el declarante a don José Flores viniere corriendo a reunirse con la tropa todo confuso y des– pavorido, como igualmente el padre Cura, y se mantuvieron allí hasta el día, el Padre Cura fue a la Iglesia a decir misa para enco· mendarlos a todos dándoles el consejo de guerra más acertado se volviesen a las balsas porque el número de enemigos era mayor y se iba aumentando más y más: que los Comandantes Ríos y Bena– vente abrazando este consejo se resolvieron a volver, pero ya no hubo lugar,. porque la indiada que era mucha y llovían piedras co– mo granizos, que impidió todo el paso no hubo en aquella estrechu– ra más remedio que pedir misericordia, y perecer que en este con– flicto el declarante observó que el doctor Ríos, el Padre Cura dán– dole los brazos lo llevaba a favorecer, pero los Indios iracundos le arrebataron y acabaron a palos su vida, y doña Juana Flores, a rue– gos y gritos se lo llevó a su hijo don José Flores a esconder para su casa, y el declarante escapó del medio de aquella turba todo ensan– grentado cruelmente herido a refugiarse en la casa de la misma doña Juana que un hombre compadecido le hizo el bien arrastrar– lo de los brazos, y meterlo en ella; en donde vio que el citado Flo– res se hallaba tan expuesto a ser perseguido de Jos rebeldes como Vasallos del Rey, y que s i la madre no hubiera usado de arbitrios de esconderlo, y agasajar a los indios con puñados de coca cuando entraban, o quisieron entrar a buscar tanto al declarante, cuanto a
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