Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

LA REVOLUCION DEL CUSCO DE !Sl4 659 hijos que se veían privados de padre, a quien miraban conducir entre bayonetas, sin saber ni poder adivinar el motivo ni paradero que cada uno tendría. Mas nosotros, que repasando nuestras con– ciencias descansábamos en la seguridad de ellas, caminamos con– formes dejándonos conducir del abatimiento y tropelía ver el fin del catástrofe que comprendió a algunos más empleados y a todos los europeos. Al llegar al Cuartel, en donde las Reales armas lo eran ya de los insurgentes, vimos estar plantando la horca en frente a su prin– cipal puerta, oímos los vivas y aclamaciones a la Patria con repe– tidas salvas de gruesa artillería, y conocimos en toda su extensión la causa que hasta entonces ignorábamos. Al entrar fuimos recibi– dos con materiales golpes (f.37) de puñadas en la cara, palos y sa– blazos de plano, y con las expresiones más groseras y soeces, pro– pias de la bajeza de sus autores; pero entre ellas se decían con cla– ridad la de nuestra pronta muerte en el cadalso. Introducidos en un inmundo y espantoso calabozo, adonde nos juntamos hasta el número de 16, se nos notificó la sentencia de muerte en horca; se nos introdujeron sacerdotes; se nos trasladó a distintos calabozos, y se aprontaron mortajas de misericordia. Pero como de la vida del hombre nadie puede disponer sino Dios, no permitió S.M. que la perdiésemos en aquel abominable suplicio, y dispuso en su favor el clamor del pueblo, que presidido del Clero, y Rev. Obispo, pidió a los rebeldes que no hubiere derramamiento de sangre. y quedó por entonces sin efecto lo ordenado en el particular. En seguida de esto fueron saqueadas nuestras casas por esta gavilla de ladrones con la mayor ratería y vileza, pues nada que pudiese ser servible nos dejaron, ni aun camisa que vestir. Nues– tras familias tuvieron que refugiarse en los conventos de frailes, huyendo de la cruel persecución; pero aún allí la experimentaron, pues no tenían un instante en que no se repitiesen insultos, desola– ción y transportes que ni aun entre bárbaros se ejecutarían. Y aunque a los tres días de prisión se hizo el aparato de que se nos ponía en libertad, concurriendo al acto los cabildos eclesiástico y secular y la diputación provincial, se convirtió luego en horror y amargura, pues figurando algunos de aquellos farsantes que el pue– blo se oponía a nuestra salida, prepararon contra ellas las armas, y abocaron a los ángulos por donde habíamos de pasar las piezas de artillería colocadas a la puerta principal con mecha en mano para (f. 38) dispararlas y matarnos en caso que se veriticase; estrago que no sólo experimentaríamos nosotros sino Ja mucha gente que llena de júbilo había venido a acompañarnos.

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