Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

660 MANUEL JESUS APARICIO VEGA El pueblo, a quien se atribuía oposición a nuestra libertad, no manifestó la menor parte ni intervención en la toma del cuartel: él se estuvo de espectador inerte, pasivo, triste y pesando del suceso. En las Iglesias vertía muchas lágrimas, y hacía al señor los mayo– res clamores, pidiéndole a gritos envueltos en ellas la libertad de los prisioneros. El llamado pueblo no era mas que una chusma de bandidos pagados, y algunos de ellos buscados y animados por el es– cribano Jph. Agustín Becerra (quien murió en un cadalso), sus hi– jos y secuaces, según sabíamos, para que a voces pidieran nues– tras cabezas; y a esta representación cómica bautizaban con el tí– tulo de aclamación. Con este figurado pretexto se nos volvió a introducir en los calabozos del cuartel, en los que fueron terribles los 45 días pri– meros, no sólo por lo horroroso de ellos, sino por el trato que se nos daba, y por habernos visto varias veces en los brazos de la muerte, cuya tragedia que parecía haber concluido en el primer día de prisión con la palabra dada por los rebeldes de que no se de– rramaría sangre, volvió a repetirse en diferentes ocasiones. En la primera se nos pasaron libramientos a cada uno de cre– cidísimas sumas de dinero, con la orden de que habían de aprontarse en seis horas (cosa tan imposible como la de tocar el cielo con las manos), y de no hacerlo que al instante nos dispusiéramos a ser ahorcados, mandando traer sacerdotes al intento. Entendida por nuestras esposas y familia esta fatal y terrible aflicción, y que ya entraban éstos, y se habían traído a la habita– ción del (f. 38v.) traidor Béjar las túnicas de misericordia, fueron a valerse y echarse a los pies del coronel Dn. Luis Astete, Goberna– dor nombrado por las corporaciones y pueblo, a fin de que en cla– se de tal viniese a socorrernos, como con la mayor y empeñosa fi– neza lo hizo en el acto este bueno, fiel y amante vasallo de V.M., y encontrando comiendo a los rebeldes les hizo entender enérgica– mente que traslucido en el público este atentado, iba a suceder la mayor desgracia, pues ya empezaba a moverse, y nadaría la ciudad en sangre si no se cortaba prontamente, como lo consiguió; y de esta suerte hemos escapado entonces de ser víctimas, lo que casi le sucedió al mismo Gobernador Astete, pues enconados los trai· dores contra él por haber impedido la ejecución de su orden, y se– ñaladamente Mariano Angulo, fue a buscarlo a su casa asociado del Capitán Agustín Rossel y de una chusma de pícaros embriagados, como él iba, determinados a quitarle la vida, y habiendo logrado escapar por una puerta excusada, huyó, y de consiguiente no volvió más a la ciudad, la que quedó sin el auxilio de este Gobernador há-

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