Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

LA REVOLUC!ON DEL CUSCO DE 1814 661 bil, y celoso defensor de la buena causa, y experimentó en aquel acto el robo y saqueo de sus bienes; pues unido con el Teniente Co– ronel Dn. Juan Tomás de Moscoso, igualmente celoso, fiel y empe– ñado en la defensa de la soberanía, por la que padeció al fin la más dura prisión, de la que escapó la vida por uno de los efectos de la Providencia del Señor, eran de la mayor importancia en el caso. A esta escena siguieron otras en que tenían dispuesto matar– nos a puñal en nuestros calabozos, y en la última el llevarnos a un subterráneo mandado formar al intento, y existe, para ejecutarlo allí, dejar nuestros cadáveres sepultados con tapiar su entrada, y regando la voz de que habíamos (f.39) huido, alucinar al pueblo en masa (al que por más que hicieron, nunca pudieron concitar contra nosotros), para que no los deprimiere y acabare. Así hemos continuado sin tener un momento de seguridad, ni un corto rato de alivio, tratados como los mas infames reos de Es– tado, llamados por las listas que traían los que se titulaban oficia– les, y señaladamente para (sic) el citado traidor Agustín Rose!, sin mas distinción que la de M<1nuel Pedro Cernadas, Bartolomé Bedo– ya; custodiados con dobles centinelas de vista, sin permitirnos sa– lir un instante ~ tomar el sol, hasta que habiendo salido para la du– da de Huamanga el caudillo Gabriel Béjar, empezamos a sentir a los 45 días ya citados algún consuelo, pues se nos permitía salir de aquellos encierros un corto rato al ángulo de su situación, bien que rodeados de guardia, sin cuya custodia no podíamos dar un paso ni aun para los menesteres de la naturaleza; pero así que se alejó el traidor, lo hemos experimentado mayor a costa de los ruegos y copiosas lágrimas que por calles y plazas vertían nuestras familias. Las comidas se registraban en la puerta del cuartel, y detenían con los criados que las conducían; nuestras esposas no tenían en– trada, y padecían los mayores ultrajes, vejaciones y desenvolturas de aquellos infames: nuestra cama era sobre el duro suelo, pues no se nos permitió entrar ni una tarima sobre que ponerla. Las requi– sas de día y noche eran repetidas, registrando en unas y otras lo más oculto y vergonzoso en las personas, después de hacerlo del le– cho, en lo que era el más atrevido monstruo de crueldad el ya cita– do Rose!, y Anselmo Ferro: al paso de la palabra, que empezaba desde las 10 de la noche hasta las 5 de la mañana, cantado con des– compasadas veces y sin fin pues el individuo que concluia volvía a empezar, y cada uno golpeaba con el fusil el enlozado, de (f.39v.) suerte que no era posible dormir ni sosegar un rato, y parecía aque– llo el espantoso teatro del infierno; llegando a tanto el abandono de esta vil gente, que traían en alta noche a sus concubinas disfraza-

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