Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
664 MANUEL JESUS APARICIO VEGA despotismo que sufría; y redimieron también a nosotros de la cruel– dad que íbamos a experimentar, según va dicho, encontrándonos mendigos y destituidos de todo auxilio, sin tener con qué subsistir. Antes de entrar en ella el ejército y saberse la derrota, se pasó por el cabildo secular oficio al rebelde Jph. Angulo (que aunque se dice fue obra del Alcalde de la. elección Dn. Jhp. Mariano Ugar· te, no lo sabemos de cierto) para que dimitiese el mando, y lo en· tregase a éste, como en efecto lo hizo con la calidad de interin sa– lía a la expedición; pero como era tan voluble, volvió a poco rato a reasumirlo, y mandó que se publicase por bando, y al tiempo mismo de estarse pregonando, empezó Dn. Tomas Velasco a gritar viva el Rey: siguiólo un pobre hermano suyo comerciante Dn. Ma· riano, y muchos colegiales de San Bernardo: continuólo con entu· siasmo el pueblo, según se iba agolpando en la plaza llamada del regocijo, a donde están situadas las casas consistoriales nombra· das entonces Palacio (porque así lo había mandado el insurgente); y en el momento se formó una contra revolución, siguiendo los más al expresado eclesiástico, que tomó sable en mano, y a su herma· no que llevaba igual arma y escopeta; y encontrándose la gente a las viviendas del rebelde, huyó éste precipitadamente, confundién– dose y ocultándose entre la muchedumbre. El Gobernador Ugarte se vio atolondrado con la novedad, pero (f.41v.) tomó las providencias que pudo para salvar la ciudad y con· tener a los insurgentes en la fatal noche de aquel día, que fue el 18 de marzo último, quienes intentando entrar al siguiente en ella, temieron a la plebe, y no lo ejecutaron hasta el 20 inmediato en que dos de ellos con más de cien secuaces armados, una pieza de arti· lelría y como treinta a caballo penetraron hasta el centro gritando Viva La Patria; pero rechazados con la mayor intrepidez con sólo las poderosas armas de Viva el Rey, pues no había otra sino algu· nos cañones de pequeño calibre y cinco o seis escopetas, vencieron a los rebeldes, y cayeron las murallas de su osadía y atrevimiento, como las de Jericó al son de las trompetas, y tan de golpe que se pu· s1eron en precipitada fuga en la que fueron aprehendidos ya por ór· <lenes del Gobernador, ya por el empeño con que los siguieron mu· chos que no las tenían y apresados a los dos días fueron conducidos a la Capital, custodiados de mas de tres mil indios, en la que pe· recieron en el patíbulo. No quiso Dios que la América del Sur se perdiese, como infa· liblemente hubiera sucedido, si el invicto General Ramírez no pa· rase tan completamente la acción. No hay cosa en que no se hubie· se visto por demostración la poderosa protección de la Providen·
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