Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

668 MANUEL JESUS APARICIO VEGA cada mula, y en cada mes hasta que empiecen a servir desde la fecha del embargo.- Ramírez, Ponferrada (Rúbricas). En: Biblioteca Nacional del Perú. Documento N• D 8786 * 155 NOTICIA QUE DA LA GACETA DEL GOBIERNO DE LIMA SOBRE LA MUERTE DE FRANCISCO PICOAGA Y JOSE GABRIEL MOSCOSO Al fin hemos recibido circunstanciados avisos del horroroso as•·sinato perpetrado en las personas del mariscal de campo D. Francisco de Picoaga, y el teniente coronel D. José Gabriel Mos– coso, gobernador intendente de Arqeuipa la noche del 29 de enero último en el Cuzco, y a presencia del pérfido cacique de Chinche– ros brigadier Mateo García Pumacahua y del sanguinario rebelde Béjar, sus acusadores, sus jueces y verdugos. Estas ilustres víc– timas han desaparecido sellando con su sangre preciosa la lealtad y heroica constancia con que habían sostenido los derechos del trono español. El bárbaro furor de sus asesinos creyó en vano arrancar de sus labios el arrepentimiento de su esclarecida con– ducta, y el desconocimiento del monarca. Los héroes sólo temían la infamia, y la muerte era para ellos una divinidad llena de encan– tos y gracias. Desde el funesto momento del 10 de noviembre en que la inmensa turba de bandidos que condujeron a sus órdenes aquellos caudillos, dispersó al pequeño ejército de S.M. en las inmediaciones de Arequipa, cayó sobre los dos nobles prisioneros un cúmulo asombroso de vejámenes e insultos, y no cesaron de sufrirlos hasta que recibió el cielo sus a lmas inmortales, y el se– pulcro sus venerables cenizas. Arde la rabia de los asesinos: ame– nazan, increpan, y se irritan a vista de la serenidad de sus vícti– mas, y entonces el cruel Béjar echa a tierra con un golpe de sable el invicto brazo de Picoaga, ese brazo que había derribado desde otros días menos aciagos innumerables criminales cabezas. El in– tendente Moscoso miraba igualmente tranquilo los inútiles esfuer– zos de la crueldad de sus compatriotas, hasta que la desesperación,