Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814

LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 729 el último suplicio, le veo salvándolas con un esfuerzo superior a su .debilidad; y por algunos emigrados me hallo enterado que patro· cinó a los realistas en varias ocasiones; consta además del oficio certificado de Angulo, que cuando se le quiso precisar al juramen– to de fidelidad de su clero en favor de la mala causa, procuró excusarlo con Jos temores de Ja conciencia, que era el timorato de que en él se hace mención. Visto aquel prelado a estos dos aspectos entre sí contrarios, debe Ja p1 u<lencia buscar al hombre interior para argüirle de ma– licia; y aunque es cierto que siempre serán reprobables algunos pa– sos en la conducta que ha observado durante la revolución, tam– bién son laudables otros que se le advirtieron, con la distinción de que para los malos fue estimulado por el gobierno revolucio– nario, y para los buenos se determinó, unas veces de propia vita– lidad, otras a súplicas de los interesados, poniéndose en la necesi– dad de aventurar su respeto ante dicho gobierno . Habrá, en efecto, contribuido algunas cantidades suyas y de la Iglesia para tan detestable fin, pero habrá sido por salvar el res– to de la ocupación; habrá vertido expresiones a presencia de los jefes de la revolución que paladeen y lisonjeen sus ideas, y que acaso escandalisazen y ocasionasen malas consecuencias, pero éstas sólo podrían influir en los que no reflexionasen sobre las circunstan– cias en que se hallaba aquel Prelado, en los que no observasen que estas condescendencias con aquel gobierno le habilitaban su me– diación para evitar mayores atrocidades. Los curas mandados com– parecer por realistas, no perdían por el comparendo el derecho a sus beneficios, y si no los mandase comparecer habrían sido arrastra– dos ante el rebelde, y con la mayor ignominia, como sucedió con el cura de Asilla don Eugenio Mendoza, conducido a pie die– ciocho leguas desde su doctrina al pueblo de Lampa, a escuchar los insultos de Vicente Angulo. Estas y otras reflexiones me hacen suspender el juicio acerca del concepto que debe formarse del señor Obispo del Cuzco en la pa– sada revolución; pero cuando fijo la atención en su edad nonage– naria, en Ja debilidad de su espíritu y potencias que son su resul– tado, ya me parece que disipo toda sospecha, pues le debo con– siderar como a un niño incapaz de discernimiento, y mucho me– nos de esa firmeza y fortaleza, que es don del cielo, de las que careció en igual edad el grande Ossio obispo de Córdoba, y aun todo un San Atanasio receló hallarse destituido. Pero, si a pesar de todo considerase V. E. que son dignas de elevar a su Majestad las operaciones de este Prelado para ente-

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