Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
26 MANUEL JESUS APARICIO VEGA Expongan si es verdad que la terrible mañana del tres de Agosto a poco más de las seis salí de mi casa agitado del bullicio que se experimentó por la insurrección de la tropa acuartelada por en medio de veinte y cinco, a treinta bayonetas, que estaban a la puerta de mi casa, no sé con que designio, y si a pesar del miedo que ellas imponían, porque los Soldados llenos de embriaguez en nada reparaban, me dirigí a las Casas Capitulares, como Alcalde, y primer representante de la Ciudad en falta de Gobernador, y Señores Ministros de la Real Audiencia, que otros muchos habían sido sojuzgados, oprimidos y soterrados, en Jos calabozos del Cuar– tel por los infidentes José Angulo, Gabriel Béjar y Manuel Men– doza, con quien me encontré en la puerta del Cabildo, echando foera todos los presos de la Cárcel, después de haber roto, y vio– lentado sus puertas, en cuyo momento estuvo más expuesta mi vida, tanto por las balas que tiraban a discreción los Soldados que desgaritados y borrachos andaban por las calles, y Plazas del Cabildo, cuanto por la ferocidad de Hurtado, hombre facinero– so e impío que pudo con mi presencia en aquel Jugar haberme destruido, con cualquiera de las muchas armas que traía consi– go, de lo que visiblemente me libró la Providencia, y pude a pesar del retiro de las gentes de este juicioso, y fiel vecindario que sepa– rado de aquel tumulto de la tropa estaba obstruido y cerrado en sus casas, por felicidad hallar un Portero de Cabildo, para que citase a los Capitulares inmediatamente con el fin de aquietar aquel escándalo entregándole para ello, bajo de mi firma, una bo– leta dicta.da con energía, que puse a presencia del Señor Rector de San Bernardo, en cuyo aposento me introdujo para estam– p:1.rla, cuyos términos eran más que suficientes, para que Jos Re– beldes hubiesen sacrificado su vida antes que otra alguna, de las que estaban prontamente amenazadas. Digan si es cierto que cuando llegaron los capitulares a la entrada de la Casa Consistorial, o agitados de su honor y obliga– ción, o por la citación, y llamada mía, me encontraron firme, y sólo esperándoles para tratar sobre el modo, y forma que debía– mos tomar, como representantes de Ja Ciudad, y contener en su virtud los diversos escándalos y movimientos que se experimen– t::iban, manteniéndome con ellos lleno de energía, sin embargo de que fuimos rodeados por más de ciento y cincuenta soldados ar– mados, que intentaban que hubiese el Cabildo abierto a lo que me opuse tenazmente hasta conseguirlo, porque reflexionaba las t nnestas consecuencias que podrían resultar.
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