Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX: la revolución del Cuzco de 1814
LA REVOLUCION DEL CUSCO DE 1814 27 Digan si introducido en Ja Sala Capitular José Angulo con la investidura de cabeza de aquel motín pretendió que el Cabildo procediese al nombramiento de una Junta Gobernativa políti<:a, con el título de Protectora, detallando para ello cuatro de los cin– co sujetos, que la habían de componer, y exigiendo del Cabildo nombrase el quinto, después de habemos negado los de la Cor– pvración a semejante nombramiento, por no tener facultad para ello, convinimos por la fuerza, y por evitar mayores daños cre– yendo, que con aquello cesase la insurrección, elegimos por el primero, al Sefior Mariscal de Campo Don Francisco Picoaga, teniendo presentes sus circunstancias, su graduación, su respeto, y la disposición de la Ley en semejantes casos: con lo que no con– v;no el infidente, porque su fin era opuesto a un personaje como éste· a quien odiaba, como lo manifestaron sus últimos hechos. Digan si es verdad que en esos tres primeros días consecuti– vos no descansé un momento, buscando cuantos arbitrios me eran posibles, para aquietar la furia de aquellos espíritus, y sose– gar la tropa que estaba enteramente desenfrenada, cometiendo repetidos excesos, hasta el extremo de formarse en reuniones por la noche para robar, rompiendo puertas con el mayor alboroto; por lo que, exponiendo de nuevo mi vida, pasé al Cuartel, a ha– blar con Angulo, diciéndole con resolución: que ni como vecino honrado, y mucho menos como Juez encargado de la tranquilidad, y orden público, podría permitir, aunque fuese a costa de mi san– gre, siguiesen adelante las profanaciones y robos experimentados la noche antecedente: que por lo tanto había resuelto salir de ron– da asociado de una Patrulla, que desde luego me la dio, cuyo Co– mandante Don Julian Delgadillo anduvo conmigo toda aquella no– che mediante cuya diligencia, y otras que practiqué, conseguí ha– ber cortado tan funesto cáncer y que las gentes lograsen estar en sus casas, y hogares; con más quietud. Digan si es cierto que a pesar del miedo que imponía la fuer– za y arresto de Mendoza, fui el primero, que en Junta de Corpora– ciones la tarde y noche del cinco, me opuse a sus designios, y lo combatí hasta hacerlo decir: Que como no gobernasen Europeos, mas que continúe el Señor Brigadier Don Martín Concha; y si en esa misma noche coadyuvé con cuanta expresión, y modo me fue posible por la libertad de todos los apresados, y no contentándo– me con ello, pasé después a sus calabozos a consolarlos: a rogar de nuevo por ellos y anoticiarles, que sus vidas estaban seguras, y muy próxima su libertad; pues habíamos quedado en ello, con
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