Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

pantalla destinada a disimular las verdaderas intenciones separatis– tas de los revolucionarios, durante el corto primer momento de su fingido fidelismo, si bien sus miembros no alcanzaron a entender completamente los des'ignios de Angulo, convertido desde el día an– terior en el todo poderpso ·jefe de la revolución. Por cierto, la hábil maniobra produjo el saludable efecto de ablandar la resistencia de los fidelistas y desconfiados, creando un ambiente de moderado cambio que preparaba el ánimo de la gente para el momento de radical transformación. Ese momento fue el de la proclamación de la independencia y de la organización de un gobierno autónomo a nombre de la Patria. Desde ese ins– tante no existe ya otro árbitro de los destinos de la heroica em– presa que José Angulo, aunque, como es de general conocimiento, su acción revolucionaria tan audaz y valientemente realizada ha sido siempre conocida con el nombre de "Revolución de Pumacca– hua". Esto, naturalmente, nos pone frente al problema histórico de la participación del cacique de Chinchero D. Mateo García Puma– ccahua, antiguo funcionario realista adherido a la revolución. Jus– to es decir que no conocemos exactamente el momento en que Pumaccahua comienza a entenderse con los revolucionarios, pero, aunque el oidor Pardo afirma que fue después de la histórica no– che del 3 de agosto, nosotros sospechamos, por indicios que apa– recen no muy claros en los documéntos que hoy se publican, que conspiraba tiempo atrás, quizá desde el momento en que, por su conducta política contemplativa y vacilante, fue reemplazado en la Presidencia del Cuzco por el brigadier D. Martín Concha. Como fuere, la verdad es que el nombre de "Revolución de Pumaccahua" dado al movimiento resulta impropio aunque se debiera al presti– gioso ascendiente del cacique de Chinchero, y aunque documentos realistas como el Diario del general Ramírez y el Proceso del mis– mo Pumaccahua lo reputen como el primero entre los caudillos de la revolución. En realidad él no la organizó, más bien la combatió en sus inicios, y se adhirió a ella cuando ya los Angulo y su grupo habían realizado con éxito el audaz golpe de la noche del 3 de agos– to. Que la revolución lleve su nombre no se justifica por motivo alguno, mucho menos si con ello se olvida con escandalosa injusti– cia a sus verdaderos autores. Es esto fenómeno común que se re– pite cada día, no obstante que existen suficientes elementos de jui– cio para corregir la defectuosa denominación señalada. No se hizo antes ni se hace ahora porque el acontecimiento no ha merecido XV

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