Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco
delista, que podía no ser mayoritario, agrupó a todas las personas que, por convicción o interés, defendían la causa del rey. Criollos adictos por tradición al sistema monárquico y a España, raíz a la que se hallaban vinculados por indestructibles lazos de sangre; funcionários, en parte peninsulares, que miraban con estupor la revolución considerada, desde el ángulo de sus personales intere– ses y convicciones, como una inaudita profanación; y gente común, en fin, que educada en la escuela del vasallo obediente y discreto, se retrajo, cerró sus puertas al vendaba! revolucionario y esperó, contrita y silenciosamente, el retorno del orden anterior en recón– dito retiro. Muchos se negaron terminantemente a aceptar co– misiones y puestos, aun honoríficos, del gobierno revolucionario. y si algunos convinieron en desempeñar algún cargo fue con doblez y riesgosa audacia, para poder ejercitar disimulados actos de sa– botaje y traición. Estos fueron pocos; lo general fue el ocultamien– to, la fuga, la negativa a todo tipo de colaboración. El Cabildo Constitucional del Cuzco, elegido merced al afán decidido de los mismos revolucionarios, fue el primero en dar vergonzoso ejem– plo de retraimiento y timidez, y lo que después hizo a favor de la revolución fue producto del temor a las represalias de Angulo y sus partidarios que pronto, obligados por las circunstancias, tuvieron que mostrarse enérgicos y amenazadores. El otro sector fue el revolucionario formado por los acto– res del movimiento y por gente que simpatizaba con ellos. Este grupo estuvo constituído principalmente por mestizas, hombres de ideas nuevas que participaron del anhelo emancipador y lo apoya– ron venciendo ndturales y muy explicables temores. Los decididos a un franco y abierto compromiso con la revolución, sin duda, fue– ron muchos, todos aquellos que secundaron a Angulo y que, ·arras– trados por el vértigo de los acontecimientos, vivieron un largo mo– mento de euforia patriótica que los convirtió, a la postre, en hé · roes, mártires y perseguidos. Por supuesto el paradigma de todos ellos fue José A~gulo, hombre excepcional que por la inconmovi– ble firmeza de sus convicciones, por su encendida fe revoluciona– ria y por su temerario arrojo y· decisión tiene toda la apariencia de un iluso vehemente, atrevidámente extraviado en mortal encruci– jada. En este grupo patriota deben ser considerados casi todos los eclesiásticos del Cuzco, desde el obispo Pérez Annendáriz que manifestó la más grande adhesión a los revolucionarios y que, pa– ra colmo de entusiasmo senil, difundió la "herética" afirmación de XVII
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