Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 171 Señor - Aunque la Real Audiencia del Cuzco cree que habrá llegado a noticia de V.M. la horrorosa insurrección ejecutada en esta capital el día 3 de agosto del próximo año pasado de 1814, no puede dejar de instruir vuestro Real ánimo con el pormenor de los sucesos relativos a los Ministros que suscriben esta representación. Así que se recibió aquí, publicó y observó con la posible lenidad y moderación la Constitución política de la Monarquía, empezaron desde luego a sentirse y experimentarse los efectos que producía. En el Tribunal no se consideraba ya superioridad, ni repre– sentación de su Soberano. Esta dependencia se vió abolida, y los ultrajes, abatimientos y desprecios que experimentaba, así en cuer– po, como en cada uno de sus Ministros, crecían cada día sin arbi– trio para contenerlos, hasta que llegó al fin el tenebroso en que un puñado de hombres de bajísima extracción, Vicente y José An– gulo hermanos, Gabriel Béjar, Manuel Mendoza y algunos otros que se hallaban presos en el Real cuartel, y les seguía causa el Go– bernador interino político y militar Dn. Martín Concha, lo consu– maron validos del oficial de la guardia de prevención Santiago Prado, apoderándose de aquella casa, de las armas, pertrechos y municiones que había en ella, y de la tropa que ganaron a costa de muy pocos pesos que le dieron y sirvieron para embriagarla, y ponerla a su disposición, como lo estuvo desde la alta noche del 2 de agosto. A las cuatro de la siguiente mañana fuimos sorprendidos y asaltados en nuestras propias camas los Ministros Dn. Manuel Par– do Regente, Dn. Pedro Antonio de Cernadas, y Dn. Bartolomé Be– doya Fiscal, pues (f. 37) Dn. Manuel Vidaurre no solo quedó libre de este insulto, y consiguió entonces el mayor favor y distinción de su persona, la de su mujer y familia, sino en todo tiempo que permaneció en esta capital, y aun en el pasaporte que le dieron los traidores, único y extensivo para trasladarse a donde quisiese, y disfrutar los mayores auxilios en el tránsito. Cada una de nuestras casas fue cercada de tropa a una mis– ma hora, y el que venía a la cabeza de la partida de 24 hombres destinada para la prisión de nuestras personas las hizo allanar, después de disparar no pocos balazos a las puertas y piezas que decían a la calle, y herir a algunos de nuestros domésticos; y in– troduciéndose con ella hasta el lecho en que nos hallábamos con nuestras esposas, apenas nos dió lugar a vestirnos. Este lance

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