Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

172 LA REVOLUClON DEL CUZCO DE 1814 en que se representó la escena más horrible y espantosa produjo al instante la confusión, llanto, desolación, accidente y aflicciones, especialmente en aquellas a quienes arrebataban sus maridos, y en los tiernos hijos que se veían privados de su padre, a quien miraban conducir entre bayonetas, sin saber ni poder adivinar el motivo ni paradero que cada uno tendría. Mas nosotros, que re– pasando nuestras conciencias descansábamos en la seguridad de ellas, caminamos conformes dejándonos conducir del abatimien– to y tropelía hasta ver el fin del catástrofe que comprendió a algu– nos más empleados y a todos los europeos. Al llegar al cuartel, en donde las Reales armas lo eran ya de los insurgentes, vimos estar plantando la horca en frente a su principal puerta, oímos las vivas y aclamaciones a la Patria con re– petidas salvas de gruesa artillería, y conocimos en toda su exten– sión la causa que hasta entonces ignorábamos. Al entrar fuimos recibidos con materiales golpes (f. 37 v.) de puñadas en la cara, palos y sablazos de plano, y con las expresiones más groseras o soeces, propias de la bajeza de sus autores; pero entre ellas se de– cían con claridad la de nuestra pronta muerte en el cadalso. In– troducidos en un inmundo y espantoso calabozo, donde nos junta– mos hasta el número de 16, se nos notificó la sentencia de muerte en horca; se nos introdujeron sacerdotes; se nos trasladó a distin– tos calabozos, y se aprontaron mortajas de misericordia. Pero co– mo de la vida del hombre nadie puede disponer sino Dios, no per– mitió S.M. que la perdiésemos en aquel abominable suplicio, y dispuso en su favor el clamor del pueblo, que presidido del clero y Reverendo obispo, pidió a los rebeldes que no hubiese derrama– miento de sangre, y quedó por entonces sin efecto lo ordenado en el particular. En seguida de esto fueron saqueadas nuestras casas por es– ta gavilla de ladrones con la mayor ratería y vileza, pues nada que pudiese ser servible nos dejaron, ni aun camisa que vestir. Nuestras familias tuvieron que refugiarse en los conventos de frai– les, huyendo de la cruel persecusión; pero aun allí la experimen– taron, pues no tenían un instante en que no se repitiesen insultos, desolación y transportes que ni aun entre bárbaros se ejecutarían. Y aunque a los tres días de prisión se hizo el aparato de que se nos ponía en libertad, concurriendo al acto los Cabildos eclesiás– tico y secular y la Diputación Provincial, se convirtió luego en ho– rror y amargura, pues figurando algunos de aquellos farsantes que el pueblo se oponía a nuestra salida, prepararon contra ella

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