Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

• LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 173 las armas, y abocaron a los ángulos por donde habíamos de pasar las piezas de artillería colocadas a la puerta principal con mecha en mano para (f. 38) dispararlas y matarnos en caso que se veri– ficase: estrago que no solo experimentaríamos nosotros, sino la mucha gente que llena de júbilo había venido a acompañarnos. El pueblo, a quien se atribuía oposición a nuestra libertad, no manifestó la menor parte ni intervención en la toma del cuar– tel: él se estuvo de espectador inerte, pasivo, triste y pesaroso del suceso. En las Iglesias vertía muchas lágrimas, y hacía al Señor los mayores clamores, pidiéndole a gritos envueltos en ellas la libertad de los prisioneros. El llamado pueblo no era más que una chusma de bandidos pagados, y algunos de ellos buscados y animados por el escribano José Agustín Becerra (quien murió en un cadalso), sus hijos y secuases, según sabíamos, para que a voces pidiesen nuestras cabezas, y a esta representación cómica bautizaban con el título de aclamación. Con este figurado pretexto se nos volvió a introducir en los calabozos del cuartel, en los que fueron terribles los 45 días pri– meros no solo por lo horroroso de ellos, sino por el trato que se nos daba y por habernos visto varias veces en los brazos de la muerte, cuya tragedia que parecía haber concluído en el primer día de prisión con la palabra dada por los rebeldes de que no se derramaría sangre, volvió a repetirse en diferentes ocasiones. En la primera se nos pasaron libramientos a cada uno de crecidísimas sumas de dinero, con la orden de que habían de aprontarse en seis horas ( cosa tan imposible como la de tocar el cielo con las manos), y de no hacerlo que al instante nos dispusié– semos a ser ahorcados, mandando traer sacerdotes al intento. Entendida por nuestras esposas y familia esta fatal y terri– ble aflicción, y que ya entraban estos, y se habían traído a la ha– bitación del (f. 38 v.) traidor Bejar las túnicas de misericordia, fueron a valerse y echarse a los pies del coronel Dn. Luis Astete, Gobernador nombrado por las Corporaciones y pueblo, a fin de que en clase de tal viniese a socorrernos, como con la mayor y em– peñosa fineza lo hizo en el acto este bueno, fiel y amante vasallo de V.M. , y encontrando comiendo a los rebeldes les hizo entender enérgicamente que traslucido en el público este atentado, iba a suceder la mayor desgracia, pues ya empezaba a moverse, y nada– ría la ciudad en sangre sino se cortaba prontamente, como lo con– sigu10; y de esta suerte hemos escapado entonces de ser víctimas, lo que casi le sucedió al mismo Gobernador Astete, pues encon-

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