Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

174 LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 trados los traidores contra él por haber impedido la ejecución de su orden, y señaladamente Mariano Angulo, fue a buscarlo a su casa asociado del capitán Agustín Rosel y de una chusma de píca– ros embriagados, como él iba, determinados a quitarle la vida; y habiendo logrado escapar por una puerta excusada, huyó, y de consiguiente no volvió más a la ciudad, la que quedó sin el auxi– lio de este Gobernador hábil, y celoso defensor de la buena causa, y experimentó en el acto el robo y saqueo de sus bienes; pues unido con el teniente coronel Dn. Juan Tomás de Moscoso, igual– mente celoso, fiel y empeñado en la defensa de la Soberanía, por la que padeció al fin la más dura prisión, de la que escapó la vida por uno de los efectos de la Providencia del Señor, eran de la ma– yor importancia en el caso. A esta escena siguieron otras en que tenían dispuestos ma– tarnos a puñal en nuestros calabozos, y en la última el llevarnos a un subterráneo mandado formar al intento, y existe, para eje– cutarlo allí, dejar nuestros cadáveres sepultados con tapiar su en– trada, y regando la voz de que habíamos ( f. 39) huído, alucinar al pueblo en masa (al que por más invectivas que hicieron, nunca pudieron concitar contra nosotros), para que no los deprimiese y acabase. Así hemos continuado sin tener un momento de seguridad, ni un corto rato de alivio, tratados como los más infames reos de Estado, llamados por las listas que traían los que se titulaban oficiales, y señaladamente por el citado traidor Agustín Rose!, sin más distinción que la de Manuel Pardo, Pedro Cernadas, Bartolo– mé Bedoya; custodiados con dobles centinelas de vista, sin per– mitirnos salir un instante a tomar el sol, hasta que habiendo sa– lido para la ciudad de Guamanga el caudillo Gabriel Bejar, em– pezamos a sentir a los 45 días ya citados algún consuelo, pues se nos permitía salir de aquellos encierros un corto rato al ángulo de su situación, bien que rodeados de guardias, sin cuya custodia no podíamos dar un paso ni aún para los menesteres de la natu– raleza; pero así que se alejó el traidor, lo hemos experimentado mayor a costa de los ruegos y copiosas lágrimas que por calles y plazas vertían nuestras familias . Las comidas se registraban en la puerta del cuartel, y de– tenían con los criados que las conducían: nuestras esposas no te– nían entrada, y padecían los mayores ultrajes, vejaciones y desen– volturas de aquellos infames: nuestra cama era sobre el duro sue– lo, pues no se nos permitió entrar ni una tarima sobre que poner-

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx