Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

176 LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 nos, nos dieron soltura confinándonos a distintos puntos de lama– yor incomodidad, en donde, aunque había alivio en la distinta ubi– cación, no lo había en la minoración de los riesgos a que estába– mos expuestos, pues cada día se expedían órdenes para volver a recogernos, y teníamos que andar prófugos y errantes por estos empinados y escabrosos cerros, expuestos a que los indios nos die– sen muerte más cruel y horrorosa, como sujetos a lo que Mateo Pumaccahua, el mayor traidor y vil ingrato a los repetidos favo– res y gracias de V.M., les ordenaba de que matase a toda cara blanca. Así lo dispuso este monstruo de crueldad (que ya pereció en una horca); y si las precauciones tomadas por el insurgente An– gulo y secuaces no contuviesen de algún modo este desorden por lo que ellos mismos, como mestizos, les interesaba, sería la mor– tandad tan grande como se deja conocer. Pero habiendo sido invitados, el Regente Dn. Manuel Pardo para pasar a Arequipa en calidad de emisarios de los traidores; el oidor Cernadas para consejero suyo, pues que lo había sido honorario de V.M. en el Supremo de Indías; y el fiscal Bedoya para Auditor general de guerra, ofreciéndonos premios y sueldos, y resarcir por triplicado todo lo que nos habían robado, lo que constantemente resistimos; fue tal el encono que tomaron contra cada uno de nosotros, que dieron orden a un Dn. Francisco Villa– corta para que con armas y una pieza de artillería fuese a quitar• nos la vida (f. 40 v.) en el punto que nos hallase, sin dar lugar a que nos confesásemos. De esta suerte, Señor, hemos vivido milagrosamente ocho meses con el consuelo de no haber uno, que en tan largo tiempo hubiese presentado queja contra nosotros, ni por conducta, ni por la más leve cosa que tuviesen que imputarnos, lo que nos sirvió de pequeña satisfacción. Pues habiendo precedido nuestra perse– cución del implacable odio que los traidores habían concedido con– tra V.M., lo tenía igual al Real Tribunal y a sus Ministros, por que hallaban allí una barrera inexpugnable a sus pérfidas ideas, y un celo y amor por la justa causa y por nuestro idolatrado Soberano, que les era demasiado claro y visible, pues primero entregaría– mos nuestro cuello al cuchillo, que faltar en lo más mínimo a la fidelidad debida a V.M. , ni a la recta imparcial administración de justicia. También lo demostraron estos inicuos aun con el ma– terial adorno de las salas del Despacho, sin paramentos, tinteros, libros, papeles de archivo secreto, y cuanto servía para funciones

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx