Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco
222 LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 día inspirarnos algunas esperanzas; pero este mismo ejército ca– si en su totalidad se componía de naturales de las mismas pro– vincias que se hallaban ya en sublevación. Todo está dicho; en tan estrecho lance cualquiera confian– za era arriesgada, cualquiera recelo fundado; toda medida ex– puesta, y la más delicada previsión, el genio más militar y fecun– do casi inútiles e infructuosos. La pérdida de nuestra pequeña escuadra en Montevideo, en 16 de Mayo anterior, y la inmediata rendición de aquella fuer– te plaza en 23 de Junio siguiente, daba aun más peso a estas di– fíciles circunstancias y aumentaba el conflicto. El ardor de nuestro ejército no podía menos de resentirse de un golpe tan fatal; al paso que era natural que los enemigos, expeditos ya en la banda oriental del Río de la Plata, y sin más atención que el Perú, convirtiesen hacia él todas sus fuerzas y aprovechasen la bella oportunidad que les presentaba la conmo– ción casi general de nuestras provincias. Así iban las cosas a fines del mismo Agosto, y nuestro ejército se hallaba situado en Suipacha, cuando se hizo público en él la sublevación del Cuzco y sus rápidos progresos. Formó a su sombra el ingrato coronel Castro el atrevido proyecto de amotinarle y disolverle; pero pagó luego con su ca– beza tan enorme atentado; y la tropa y oficiales eternizaron su honor dando en ocasión tan delicada el más noble y positivo tes– timonio de su fidelidad. Rasgo singular y admirable que excedió casi nuestra esperanza y suspendió a nuestros enemigos. Adelantaban entre tanto los de Buenos Aires su vanguardia contra nuestro frente, y los nuevos insurgentes por la espalda, con la espada en la mano, y la tea encendida en otra abrazaban y destruían cuanto se les ponía por delante. Se hacía pues cada día más urgente en nuestro cuartel ge– neral de Suipacha decidirse a tomar un partido, o evacuar las provincias recobradas a costa de mucha sangre y sacrificios, re– tirándose en masa con sus guarniciones a las márgenes del Desa– guadero, conservar la comunicación con la capital, y contener la insurrección, esperando algo del tiempo; o tener una posición ventajosa que cubriendo aquellas provincias y siendo capaz de sostenerse con menos fuerzas, nos dejase en estado de disponer de algunas, para atender a las interiores.
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