Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

226 LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 sorprendido y curioso a la plaza; una voz aleve, una inhumana y sangrienta apellida de repente: traición; traición de los realistas. Este fue el grito de muerte y la hora de los malvados. In– flamada la multitud se arroja precipitada sobre las prisiones: ca– da uno como león irritado y furioso, se abalanza sobre su presa, la despedaza y la devora. De tantas inocentes víctimas ninguna se salva; todas perecen con mil muertes distintas a cual más bár- · baras y atroces. Algunos patricios, la mayor parte europeos, todos españo– les de la primera distinción: ni la memoria de sus beneficios, ni el sacrificio de sus caudales, ni las tiernas lágrimas de sus hijos y esposas, ni los sagrados vínculos de la naturaleza y de la amis– tad, ni una virtud en fin sólida, pura y acrisolada en cuarenta años de residencia, libró a ninguno de las impías garras de aque– llos tigres cebados y sedientos de humana sangre. Arroyos de ella corrían por la plaza entre los mutilados y palpitantes cadáveres; y en terrible presencia los excecrables caudillos, estos dignos héroes de la independencia del Perú, con la copa a los labios mezclada de licor y de sangre, y con el rojo y aún caliente puñal en la mano, se disputaban como fieras ham– brientas un saqueo de seiscientos mil pesos. Nada restaba ya, el plan estaba consumado, la patria triun– faba y la desdichada Paz era libre. Un rumor vago de la aproximación de las tropas del rey, dispersó repentinamente a los sediciosos; y casi avergonzados, aunque no satisfechos los rebeldes de sangre y de pillaje, aban– donaron la ciudad a su discreción, y se retiraron al Desaguadero desde donde por sus comisionados iban continuando sus depre– daciones. Penetrado el general de la infeliz situación del resto de aquel vecindario, ordenó al comandante de la vanguardia Sarabia que avanzase sobre La Paz, y situandose en su alto, la introduje– se una o dos compañías de guarnición con la expresa orden de no tolerar el menor desacato contra la tropa ni las armas del Rey y de pasar en el acto por ellas a cualquiera que osase insul– tarlas, como en efecto se verificó con tres de los más obstinados. El 24 se movió el campo de Oruro en seguimiento de Sara– bia, y continuando las marchas sin novedad por S. Juan, Panduro, Aroma, Sicasica, el Ingenio y Ayoayo, llegamos el 31 a Calamarca. En sus inmediaciones se recibió un parte del comandante de la vanguardia desde el Alto de La Paz, avisando la aproxima- •

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