Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 233 con la cual quedaba ya por todas partes cortada la comunicac1on con la capital de Lima, y aumentadas considerablemente las fuer– zas de los insurgentes; ya con las armas, artillería y pertrechos que allí tomaron, como con la mucha gente que era consiguiente se les reuniese; pero no sólo no se entibió por esto el valor de nuestros ~oldados, sino que inflamándose de un ardiente resenti– miento, solicitaron a una voz permiso del general para escribir a los revoltosos conminándolos con su total exterminio, si llegasen a atentar a las vidas de los jefes, y singularmente a la de su coro– nel el mariscal Picoaga. Viendo el general la buena disposición de la tropa, y calcu– lando que nada era tan urgente ni oportuno, como recobrar la provincia de Arequipa, y abrir su comunicación con las de arriba, el ejército y la capital, al paso que muy expuesto dirigirse al Cuz– co dejando este fuego, y los enemigos a la espalda; teniendo tam– bién presente que el coronel González, situado ya en Huamanga, les oponía por aquel lado un freno respetable; reunió los jefes, y manifestándoles sus ideas con su acuerdo de ir cuanto antes sobre Arequipa, y habiéndose comunicado esta disposición a la -tro– pa, formada en cuadro, fue recibida con el mayor júbilo ·y aclama– ciones, a que contestó el general alabando su generoso celo, y ar– dor marcial, y recibiendo como siempre las más sinceras y positi– vas muestras de aquel respeto y adhesión, que a porfía se empeña– ban en acreditarle nuestros oficiales y soldados. El 25 fue descubierto y hecho preso el abogado Manuel Vi– llagra, que con el carácter de auditor de guerra había autorizado la matanza y saqueo de La Paz; y juzgado sumariamente por la comisión militar, expió sus excesos con el último suplicio. Arreglóse en la mejor forma posible la capital de Puno, y encargado su gobierno al honrado teniente coronel D. Martín de Rivarola, partió el ejército el 26 para el pueblo de Vilque, donde llegamos, después de 7 leguas de marcha, con una tempestad y aguacero que la hicieron bien penosa. Tomaba cada día más cuerpo el rumor de que los enemi– gos, reunidas las reliquias de la batalla de La Paz a la expedición de Pumaccahua y Angulo, reforzados y llenos de confianza por las ventajas que estos habían conseguido, pensaban en dar o esperar otra ocasión en el camino; pero se hablaba con mucha variedad sobre el punto fijo que ocupaban. Con el fin de descubrir algo más y de descansar de la fa– tiga del día anterior, se hizo alto en Vilque, y el 28 acampamos en TayaJaya a 6 leguas de distancia.

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