Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

LA REVOLUCION t>f:L CUZCO DE 1814 235 Aunque el parlamentario era un oficial del rey que servía en– tre los rebeldes, no pareció conveniente detenerlo ni castigarlo, por no .comprometer más con este paso las personas del señor Pi– coaga, y demás jefes que ellos tenían en su poder. Divulgóse en todo el campo la noticia de la inmediación de los enemigos y probabilidad de un próximo ataque, y el regimien– to número 1? queriendo dar al general una nueva prueba de su decisión por la causa del rey, y de sus generosos sentimientos, se reunió en pelotón con sus jefes a la cabeza, y acompañado de su música y tambores, se presentó en la tienda del general, protestán– dole una y mil veces su impaciente deseo de batirse, y su resolu– ción de sacrificarse hasta lo último en su defensa y la de su sobe- rano. : ,. t , Repitió esta escena el batallón del general, y siendo ambas absolutamente voluntarias, y nacidas de su exaltada adhesión al jefe, se llenó este de un tierno placer y de la más grande confianza, ase– gurándoles con la misma que al día siguiente tendría el gusto de presentarlos al enemigo y aumentar sus laureles. Amaneció el 6 el campo cubierto de nieve, pero como her– vía el fuego en el pecho de los soldados, todos estuvieron prontos y muy temprano se rompió la marcha sobre Apo con aquel orden, prevención y vigilancia que observaba siempre nuestro pequeño ejército, a cuya constante y exacta disciplina se debía siempre la mayor parte de sus buenos sucesos. Al paso que nos íbamos aproximando presentó una de nues– tras partidas de descubierta a un arriero que había servido entre los enemigos, y declaró que recelando estos ser atacados, habían trasladado su campo en la noche anterior a Chilligua, dos leguas más atrás; y que no contemplándose aún seguros, habían tomado al amanecer la dirección de la provincia del Cuzco, dejando por su precipitación enterradas varias piezas y pertrechos que no pudie– ron conducir. En su consecuencia continuamos la marcha y descansamos en Apo, despachando hasta Chilligua varias partidas para descu– brir y ocupar los efectos abandonados por los rebeldes. La tropa y mucho más los oficiales manifestaron un verda– dero pesar de que aquellos se hubiesen retirado tan cobardemente, quitándoles de las manos tan buena ocasión de distinguirse y en– salzar su valor; y el general, penetrado de su noble modo de pen– sar, los reunió en su tienda, y dándoles las más expresivas gracias a nombre del rey, les aseguró que lo tendría en igual considera-

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