Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

LA REVOLUCION DE'.L CUZCO DE 1814 237 dad en donde hizo alto para esperar a su general formada en ba– talla. Anunció su llegada con agradable estruendo un saludo de artillería; y recibiendo los cumplidos de los cabildos eclesiástico y secular, y una lucida nobleza, se colocó a la cabeza de la colum– na y se continuó la marcha, despejando el paso un piquete de ca– ballería. Estaban las calles cubiertas de flores y las señoras las arro– jaban al mismo tiempo en abundancia y con la más viva emula– ción desde los balcones y ventanas sobre el general y la tropa, no faltando algunas más atrevidas, o más arrebatadas de gozo que las pusiesen en sus manos: dejábase conocer en los semblantes un sincero regocijo, y andaba en todos templando el contento con una respetuosa admiración. En este orden y entre los repetidos vivas de la multitud, lle– gamos hasta la plaza mayor, desde la que se retiró la tropa a sus cuarteles, y el general a su magnífico alojamiento, en el que con mucho gusto y delicadeza estaba preparada una mesa suntuosa, a que concurrió toda la oficialidad. Acababa la sensible y morigerada Arequipa de sufrir todo el peso de los insurgentes, había conocido de cerca a sus idiotas, inmorales y crueles caudillos: experimentaba muy a su costa las funestas consecuencias que arrastra consigo el trastorno del orden y de las autoridades legítimas, y quería acreditar que anhelaba muy de veras su restitución, aunque tal vez no faltasen en su seno algunos genios díscolos y amigos de novedades, de los muchos que por desgracia común ha producido la infelíz América en · el omino– so periodo de su loca- revolución. · Penetrado el general de estos sentimientos, y reconocido a sus leales y finas demostraciones, procuró aprovecharlas en bene– ficio común y confirmar a aquellos habitantes en el amor al sobe– rano y gobierno legítimo, ganado cada día más y más sus ánimos con la natural afabilidad y constante modestia que le caracteriza. Y' por estos medios que dictaban las circunstancias y aprobaba la prudencia, quedó como se verá la provincia de Arequipa, no sin haber visto ·algunos ejemplares con algunos obstinados, en perfec– to arreglo, y en estado de concurrir con todos sus recursos al triun– fo de las armas del rey y de la buena causa. Muchas y muy graves atenciones ocuparon a nuestro gene– ral desde su entrada en aquella capital. La tropa con una marcha continuada de muy cerca de 300 leguas, parte por un árido despo-

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