Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

242 LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 demás logramos trasladarnos en menos de tres horas con todos los bagajes a la banda opuesta, y pueblo de Cabanillas, sin desgra• cia ni avería particular: en él se hizo alto y descansó también el 25 por la mucha nieve que no dejó de caer en todo el día. Con la misma intemperie partimos el 26 hasta la hacienda de Miraflores, y entramos en Lampa el 27, habiendo pasado su cau• daloso río en la misma forma y con igual intrepidez y felicidad que el de Cabanilla. En Lampa estuvo la tropa con algún desahogo para los que la estación y circunstancias deban de sí; y por lo mismo resolvió el general que descansase dos o tres días dando al mismo tiempo lugar al regreso del teniente coronel Alcón, en cuyo alcance para mayor seguridad se destacó una buena partida de caballería; para no perder los momentos se armaron las fraguas y se compuso al• gún fusil que lo necesitaba. Así pasamos el último día de febrero, y el P y 2 de marzo en que llegó Alcón sin novedad, conduciendo 22 mil pesos para la caja militar. El 3 recibió el general un oficio del caudillo Vicente Angulo con fecha del 28 anterior en Ayaviri. Reducíase todo su contenido a pintar a nuestra metrópoli sumamente apurada y dividida, pon• derar las ventajas de los insurgentes del Río de la Plata y las otras provincias sublevadas; la decisión general de los habitantes de la América por el sistema de independencia, el mal estado de nuestro ejército de Santiago, y aún su figurada derrota, con otras refle. xiones todas dirigidas a persuadir que el mal era ya incurable, lle. gando hasta la imprudencia de proponer una transacción o conve• nio en los términos que manifiesta el mismo oficio que es el del nú– mero 3?. Contestó inmediatamente el general con su acostumbrada serenidad y firmeza, despreciando como correspondía sus atrevi– das propuestas, y concluyendo en que no había ni quedaba otro arbitrio que rendirse a la autoridad legítima, y reconocer la de nuestro amado soberano el señor D. Fernando VII, que por este único medio podía aún salvar su vida, aprovechando el indulto que con aquella condición le dispensaba, y a los demás insurgentes en su real nombre; y sin esperar otro resultado se levantó el cam– po el 4 siguiente y a las cuatro leguas de marcha hicimos alto en la misma orilla del río Ayaviri. Luego que nos situamos pasó el general a reconocerle con sus edecanes, y hallando que tenía una profundidad muy grande

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