Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

244 LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 algunas balsas grandes, para transportar el ejército, y habiéndose puesto inmediatamente por obra, se hallaban concluídas el ocho por la tarde algunas bastante regulares. A pesar de las estrechas órdenes del general, y de la vigi– lancia de los jefes y oficiales, no pudo evitarse el que en estos días intermedios saliesen algunos individuos a las estancias inme– diatas en solicitud de víveres, y como los enemigos contaban con la fe y voluntad de los naturales, fueron avisados, y lograron sor– prendernos un sargento y algunos soldados. Desde la tarde del 7 y en todo el día del 8 se advierte que iban llegando al campamento enemigo repetidas partidas de gente por la parte de Ayaviri: su artillería era ya también de más cali– bre que los días anteriores, y al mismo tiempo vimos que levan• tando su campo, lo retiró como a un cuarto de legua de distancia, a la falda de un cerro que teníamos al frente, y dominaba toda la pampa del río. De todos estos antecedentes infirió el general que su objeto era atacarnos a pie firme en el paso de este con toda su fuerza reunida, y con las superiores ventajas que le daban su situación y numerosa artillería; lance que no hubiera dejado de ser para nosotros bastante arriesgado y peligroso, por la grande dificultad que ofrecía en su tránsito el mismo caudal e impetuosa corriente del río; y mucho más debiendo pasar el ejército sucesi– vamente y en pequeños trozos por el corto número de balsas. Reflexionado todo esto por el general y comunicado con los jefes, desistió de pasar el río por este punto, y se resolvió a se– guir más bien buscando su orígen hasta las cabeceras de Umachiri por donde podía ser vadeable, y en su consecuencia mandó que se deshiciesen las balsas, conduciéndose los útiles por si volviesen a ser necesarios; y que se continuase la marcha por la orilla del mis– mo río, dejando este y los enemigos a nuestra derecha, e inclinán• donos hacia Umachiri, aunque con algún rodeo. Con esta dirección y su buen orden nos pusimos en movi• miento el 9 siguiente, después de 5 leguas, acampamos en una pam– pa desde la que se divisa el pueblo de Ayaviri, llevando siempre el río a la derecha y los enemigos a la vista. El 10 fue mucho más penosa la marcha por los frecuentes pantanos y atolladeros; como que íbamos fuera del camino real, habiendo soldados que se metían en el lodo hasta la cintura, sien– do digno en verdad de igual admiración que elogio el que en medio de tanto trabajo, y rodeados por todas partes de enemigos, nin– guno se quejase ni diese la menor muestra de descontento ni in-

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