Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

246 LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 toda ella de oficiales y soldados de esta clase, y de los muchos licenciados y dispersos que abrigaban las provincias de Cuzco y Puno, y se habían declarado por la revolución. Tan extraordinaria muchedumbre y aparato, comparado con nuestro pequeño ejército que no llegaba a 1,300 plazas con 6 piezas de campaña, era para imponer algo más que respeto a la tropa; y especialmente considerando la desigualdad del combate por to– das sus circunstancias. Si los nuestros tenían en él un azar, no les quedaba apoyo alguno, ni esperanza de socorro, ni punto a donde retirarse, ni en una palabra más palmo de seguro terreno que el que pisaban; por el contrario los rebeldes, aún cuando sufriesen alguna desgracia, tenían otros recursos, y podían contar con la adhesión y voluntad de los pueblos, a lo menos para salvarse. El general hizo estas mismas reflexiones a la tropa, para exitar más su denuedo, y penetrarla de la importancia de la acción, y de la necesidad de hacer el último esfuerzo; y era tal el amor que ella profesaba a su general, y tan grande la confianza que este _ había sabido inspirar a sus soldados, que no hubo quien no cla– mase por ir cuanto antes al enemigo; y muchos que con otro jefe apenas se hubieran atrevido a darle la cara hicieron en este día a sus órdenes prodigios de valor, y excedieron a los más acredita– dos. Teniendo el general en consideración la fatiga del ejército y la profundidad e impetuosa corriente del río, que nos separaba de los enemigos, pensó acampar aquella noche a la falda de un cerro inmediato; y reconociendo el resto del día los mejores va– dos, emprender el ataque a la madrugada siguiente. En este concepto se sentó el campo al pie del indicado ce– rro, colocándose la artillería para protegerle, y jugarla en circun– ferencia en su meseta o explanada: se despachó al teniente coro– nel I turralde para que con la guerrilla ocupase unas rancherías si– tuadas a nuestra izquierda y se avanzaron dos piezas sobre la ori– lla del mismo río. Apenas se habían tomado estas disposiciones cuando- el ene– migo comenzó a molestarnos con su fuego de artillería tan obsti– nadamente que ya no podíamos contar con un lugar seguro. Las nueve piezas fundidas en el Cuzco con el nombre de vivorones te– nían un alcance mucho mayor que las nuestras. Su línea se iba engrosando por momentos, y se habían apro– ximado tanto, que se dejaban percibir sus voces y sus insultos y desafíos, al paso que su numerosa caballería, dividida en diver-

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