Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 251 Doblamos en este día la gran cordillera de Santa Rosa con una bien fuerte nevada, e hicimos alto en su faldío en los ranchos de Agua Caliente. Seguimos el 16, y llegando al pueblo de Maran– ganí distante 4 leguas, presentaron los vecinos a un mestizo y al– gunos indios que procedentes de la derrota habían entrado en él, de orden de Angulo, con el objeto de extraer dos cargas de pertre– chos, y algunos fusiles y lanzas que tenían allí: el primero fue pa– sado por las armas, y castigados con menos severidad los segun– dos; recogidos aquellos efectos, continuamos hasta Sicuani capital del partido de Tinta, padeciendo algo la tropa en el vado del río, que venía sumamente crecido y precipitado. Ya indicamos que Pumaccahua había desde el Collao regre– sado a este partido para contener la contra revolución intentada por el teniente coronel Ruiz Caro. Habiendo en efecto auyentado a és– te, y escapado los demás que le seguían, se cebó su genio feroz y sanguinario con los infelices vecinos de este pueblo, y cometió en él mil muertes y todo género de maldades. De aquí es que resentidos sus habitantes no quisieron ma– lograr la ocasión de asegurarle después de su derrota, y apenas se presentó el general en el pueblo, cuando a una voz pidieron justi– cia contra aquel monstruo. Sustanciósele sumariamente el proce– so, y se le decapitó el 17 en la plaza pública, pasando su cabeza al Cuzco y su brazo derecho a Arequipa. Así acabó el desconocido Pu– maccahua,indio humilde de orígen y exaltado por el rey hasta el grado de brigadier: el primero entre los caudillos de la revolución del Cuzco, y el único que por su antigua consideración y ascendien– te entre los de su casta había dado más que temer y recelar. Desde este pueblo despachó también el general a todos los demás de los altos y quebrada de Tinta y Quispicanchi sus procla– mas, exitando a sus habitantes a restablecer el órden, y continuar con sociego en sus hogares, seguros de que las armas del rey sólo se dirigían contra los rebeldes y obstinados que habían alterado la pública tranquilidad. Seguimos marchando el 18, 19 y 20, y entra– mos el 21 en Quiquijana, saliendo la mayor parte de los naturales a recibir el ejército del rey, y ofrecerse a su servicio, ponderando las exortaciones y violencias que habían sufrido de los insurgentes; y advirtiéndose en los más la sinceridad y buena fe de sus ofreci– mientos. Aquí recibió el general varias cartas fidedignas que asegu– raban el admirable afecto que sus insinuaciones, y más que todo la completa derrota de Umachiri habían producido generalmente en

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