Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

252 LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 los ammos. Casi todos los pueblos se habían declarado por noso– tros, y entre ellos el mismo Cuzco había levantado la voz del rey en la noche del 19, y los caudillos y sus secuaces eran perseguidos en todas partes. En vista de tan buenas noticias que confirmaron algunos sujetos que se adelantaron a felicitar al general, se resolvió a con– tinuar directamente hasta la capital, en la que entramos el 25 en– tre muchos arcos triunfales, precedidos de las corporaciones y ro– deados de un numeroso pueblo. No es fácil bosquejar el cuadro que presentaba el Cuzco en este señalado día. En medio de las insignificantes exterioridades y bullicioso aparato de la inconstante y ligera multitud, se dejaba percibir bien claro en los semblantes el contraste interior que agi– taba los ánimos. Luchaban todavía algunos con el despecho, sin po– der avenirse a recibir un desengaño que tocaban ya con las manos y daba en tierra con todas sus esperanzas: temían los unos haber reconocido tarde el precipicio a que los arrastrara su necia y cri– minal adhesión a las quiméricas ideas de una figurada indepen– dencia: recelaban otros de no haberlas resistido con la firmeza y de– cisión que debían: y finalmente, al restituirse las cosas a su ser y orden primitivo, dudaban todos hasta qué grado deberían res– ponder en la presencia de la ley y del general por su conducta an– ierior. Manifestó desde luego nuestro digno jefe que si no podía me– nos de perseguir y escarmentar ejemplarmente a los caudillos y ca– bezas principales de esta infame insurrección, purgando la tierra de los detestables monstruos y autores de tantos crímenes y atrocida– des como lo habían acompañado, estaba también inclinado y re– suelto, así por un impulso de su sensible corazón, como por el perfecto conocimiento de los generosos y paternales sentimientos del Excmo. señor Abascal, a relajar en obsequio de la humanidad la justa severidad de nuestras leyes. Conforme a estos principios fueron sucesivamente aprehen– didos y pasados por las armas los corifeos y secuaces más obsti– nados de la rebelión; y expiaron otros paniaguados y aparceros suyos con el destierro y algunas multas, cohonestadas con el título de erogaciones voluntarias, una comportación y complicidad que con otro jefe tal vez no les hubiera costado menos que la cabeza. Entre los primeros merecen señalarse nominalmente los tres hermanos José, Vicente y Mariano Angulo: Gabriel Béjar, Pedro Tudela, Mateo Gonzales, y el escribano José Agustín Becerra aque-

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