Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

258 LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 pues un pueblo que llegó a conocer su fuerza y que no vé ninguna que pueda oponérsele está expuesto de ser el instrumento de la ambición de un faccioso que tenga el talento necesario para dar a sus ideas un colorido análogo a la opinión general. Efectivamen– te, llenos de orgullo los jefes de los cuerpos que había en aquella capital, sin subordinación alguna al capitán general, que lo era entonces el Teniente General D. Baltazar Cisneros, en últimos de Mayo de 1810 formaron la resolución de deshacerse de las autori– dades legítimas que gobernaban aquellas provincias, al pretexto de evitar una traición y conservar ileso a nuestro legítimo sobera– no aquella parte de sus dominios, formando una junta guberna– tiva, a semejanza de las que erigieron en la Península las críticas e imperiosas circunstancias de su tiempo. Con este desgraciado ejemplo, con la lectura de los papeles públicos que venían de la Península, en que se encarecían el des– potismo y opresión que por el espacio de trecientos años habían sufrido los americanos, con la halagüeña perspectiva de la igual– dad general a que llevan las cortes a los habitantes de estos domi– nios, y con la próxima esperanza de ver repartidos entre ellos los empleos públicos, que miraban como robados por los europeos que al tiempo los ejercían se ha ido del todo alterando la opinión polí– tica de esta América, siguiendo la de aquella capital todas sus pro– vincias, lo que también hubieran ejecutado las del virreinato del Perú si la fuerza armada que puso el Virrey de Lima en el punto del Desaguadero que lo es divisorio de ambos Virreinatos, no lo im– pidiese; por los triunfos conseguidos por el Brigadier Goyeneche en las batallas de Huaqui y de Jesús de Machaca, lejos de haber sido un motivo de celebridad y júbilo para esta provincia, lo han sido de luto como lo advertíamos todos los que tuvimos la desgra– cia de vivir en aquellos puntos, en aquella fatal época. A consecuencia de estas gloriosas dos acciones, se han ido internando nuestras armas en las provincias del Río de la Plata, y alejandose de ésta, lo que hacía más altaneros e insubordinados a sus moradores, por no ver cerca una fuerza armada que los contu– viese, pues aunque aquí siempre hubo una guarnición de cuatro– cientas a quinientas plazas, apenas había en ella un oficial de con– fianza, y así la tenían todos los díscolos en que a la primera nove– dad estaría a su devoción y órdenes la fuerza que mantenía la auto– ridad pública para su conservación, cuyo cálculo formaron gene– ralmente todas las provincias que abrazaron el partido insurrec– ciona!, sin que en ninguno se pueda decir que les hubiese fallado;

RkJQdWJsaXNoZXIy MjgwMjMx