Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 263 en el Virreinato de Buenos Aires, blanco pero de clase ordinaria; muy pobres todos, hasta no tener que comer, a excepción de Puma– cahua que en clase de indio le sobraba proporciones; todos muy cobardes, menos Hurtado que era naturalmente turbulento. Las medidas políticas que tomaban para interesar la provincia con sus ideas, y seducir a las vecinas, no estorbaba el que tratase de dar au– mento a la fuerza armada con que se hallaba la capital, lo que no les ha sido difícil reuniendo los desertores del ejército real, y los muchos oficiales licenciados a consecuencia de la desgraciada acción de la ciudad de Salta, y acopiando las muchas escopetas que ha– bían en la provincia, y los fusiles que habían traído los desertores cuando abandonaron sus banderas, con lo que se hallaron luego en estado de remitir divisiones armadas a las ciudades de Huaman– ga, Puno, La Paz y Arequipa, capitale~ de sus respectivas provin– cias; mandada la primera por Béjar y Mendoza, aquel en jefe y este de segundo ambos con el grado de brigadieres; la segunda se dirigió a un tiempo a las capitale~ de Puno, y de La Paz, por un capitán, que lo había sido del ejército del rey, Pinelo, con el grado de coronel, y por el Vicario de la Parroquia de la Compañía D. Il– defonso de las Muñecas; y la última por Vicente Angulo; de se– gundo con el grado de brigadier, y en jefe por Pumacahua con grado de Mariscal de Campo, las que no solo recibieron con opo– sición a la fuerza armada, y a los emisarios de los rebeldes, sino con aclamación, siguiendo en todas ellas el ejemplo que les había dado el Cuzco de arrestar a las autoridades y europeos que no pudieron escapar. Sin embargo la ciudad de Arequipa, a cuyas inmediaciones se hallaba la mayor parte de la fuerza de los rebel– des, se contuvo algún tiempo por el respeto de una compañía del Real de Lima que estaba en ella, y principalmente con la presencia del Mariscal de Campo D. Francisco Picoaga, cuya intrepidéz y ad– hesión al Gobierno Español eran bien conocidas de todos los habi– tantes; el que precisado a salir al encuentro del ejército de los rebeldes con la poca tropa que precipitadamente pudo reunir, aban– donado por la mayor parte de ella lo hicieron prisionero, como al Intendente de la provincia D. José Gabriel Moscoso, entrando en su consecuencia en aquella capital el 10 de Noviembre del propio año, y remitiendo luego al Cuzco a los dos ilustres prisioneros que alevosamente sacrificaron a su venganza y seguridad, quitándoles la vida en sus calabozos en la noche del 29 de Enero del siguiente año, después de haber recibido varias declaraciones relativas a conspiración intentada contra el gobierno, de las que resultaba con-

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