Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 265 do el primer fervor que habían manifestado por la libertad patrió– tica. Convencidos de estos principios los di;ectores de los rebel– des, y de la imposibilidad en que se hallaban para sostenerse, tra– taron de interesar en su causa a sus hermanos de Buenos Aires remitiéndoles emisarios que lo han sido el Presbítero D. Carlos Ja. ra, y el abogado D. Jacinto Ferrandis, quienes no pudieron conse– guir desempeñar su cargo por hallarse interpuesto el ejército del rey, al mando del señor D. Joaquín de la Pezuela. El eclesiástico Jara se ha muerto en Arequipa, y el abogado Ferrandis andaba pró– fugo por las provincias de Puno, y aunque se deben suponer las instrucciones y poderes de que irían revestidos estos miserables agentes, no se pudo conseguir ninguna auténtica, pero si un borra– dor que se encontró entre los papeles del Prebendado D. Francisco Carrascón al tiempo que se actuó el inventario de sus bienes. El Excmo. señor Virrey del Perú, luego que se instruyó de esta no– vedad mandó a la ciudad de Huamanga una división de cien hom~ bres del Regimiento de Talavera a las órdenes de su teniente co– ronel D. Vicente González el que con el auxilio de unos trecientos lanceros de la Villa de Huanta, consiguió el primero de octubre de aquel año derrotar las fuerzas considerables con que llegaron a atacarle los insurgentes de aquella Villa., posesionándose luego de la ciudad de Huamanga, en donde los rebeldes habían formado su cuartel general, pero no por eso se resolvió a continuar adelan– te, pues ni sus pocas fuerzas lo permitían, ni el riesgo en que deja– ba para la comunicación del contagio, a las provincias de Tarma y Huancavelica, por la mala disposición de los ánimos en la de Hua– manga. El Mariscal de Campo D. Joaquín de la Pezuela, general en jefe del ejército del rey, situado entonces en las inmediaciones de Potosí, enterado de la sublevación del Cuzco, pero sin saber las medidas que tomaba el virrey para restablecer allí el orden, bien persuadido de la importancia de ella, no sólo en lo general por lo respectivo a la causa del Estado, sino también en particular por la conservación y seguridad del ejército de su mando, dispuso que su segundo el Mariscal de Campo D. Juan Ramírez con una divi– sión de mil doscientos hombres cuzqueños, que se ofrecían gusto– sos a lavar la mancha de su provincia, marchase a oponerse a los progresos del nuevo sistema destructor y a imponer a sus auto– res la ley que merecían. A la llegada de Ramírez a las inmediacio– nes de La Paz, ya se hallaba esta dominada por el cuerpo de tropas insurgentes que a este intento y al de ganar la capital de

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