Conspiraciones y rebeliones en el siglo XIX la revolución del Cuzco

268 LA REVOLUCION DEL CUZCO DE 1814 Aquí habría concluído la relación histórica de las turbulen– cias de esta provincia, acomodándome al real precepto que la mo– tiva; pero como su objeto sea adquirir los conocimientos necesarios para arreglar la conducta de la Metrópoli con las Américas, en lo sucesivo, creería no haberlo llenado si no diese alguna idea de la causa general que ha uniformado la conducta de estos pretendien– do a un mismo tiempo sacudir la dependencia del yugo español. Es una verdad de que este debe penetrarse que en todos los puntos de ambas Américas, en donde han podido con alguna probabilidad de buen éxito levantar el estandarte de la independencia lo han eje– cutado así; y que sólo ha dejado de verificarse en aquellos parajes en que antigua e inveterada rivalidad con las provincias entre sí, como ha sucedido en la Villa de Huanta y la ciudad de Huamanga, y con las ciudades de Quito y Cuenca en el Perú; por lo que hemos visto que ésta y la villa de Huanta han sido unos fuertes ante mu– rales se puede decir expontáneos, en que se han estrellado los pro– yectos subersivos de sus respectivas capitales, o en aquellos puntos en que la suma vigilancia del gobierno no dejaba sazonar ningún plan destructor, pudiendo lisonjearse de esto el Virrey del Perú D. José Fernando Abascal, sin que por ellos deban darse por ofen– didos los muchos vecinos honrados que alimenta en su seno la ilustre capital de Lima, pues a ellos mismos les consta que era mu– cho mayor el número de los enemigos del Estado, y que sólo al celo y previsión de Abascal, son deudores del orden que han dis– frutado, interín que aquellos puntos a donde no podía alcanzar la actividad y las ramas de este jefe, se hallaban sumergidos en la con– fusión y en el trastorno. Todos los que hayan vivido algún tiempo en las Américas, habrán advertido el odio que en general abrigaban en su corazón los criollos españoles contra los europeos y su go– bierno, disminuyéndose mucho en los negros e indios, pues se pue– de decir con verdad que estos más aborrecen a aquellos, sin que se oponga a esta aserción el auxilio que una y otra casta les ha pres– tado en estas turbaciones, pues la impunidad con que corría el robo, el saqueo, el asesinato y toda especie de desorden, los hacía aco– modarse a sus ideas y alistarse gustosos en sus banderas. Nunca han podido mirar con ojo sereno las riquezas que a fuerza de un contínuo trabajo y de un orden inalterable en su conducta, de que ellos no eran capaces, adquirían los europeos, y lo mismo los pri– meros empleos que estos obtenían, reputándolo todo por un robo que a ellos se les hacía, pero no por eso se resolvían a contraerse a un trabajo de que les alejaba su educación, ni a la aplicación nece-

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