El Perú en las Cortes de Cádiz

EL PERU EN LAS CORTES DE CADIZ 555 se les debe mirar como una sola y misma prerogativa, que solo varía de nombre, segun la manera con que se le mira. Así, pues, no se puede ofenderá la libertad civil, sin alterar el derecho de pro– piedad, y no se puede alterar este sin ofender á aquella. Estando pues demostrado que las leyes que autorizan las mitas destruyen la libertad civil de los indios, ¿y no es por la misma razon eviden- te que igualmente atacan los derechos de propiedad? · "Señor, es menester no olvidar que entre las propiedades de un ciudadano, la mas sagrada es la de su misma persona; por la qual puede hacer valer sus facultades, sin que nadie pueda impe– dirle su uso impunemente. A no ser así, ¿que importada que la so– ciedad respetase nuestros bienes si no respetase de la misma mane– ra nuestras personas? Pues esta propiedad tan sagrada, es atroz- mente ofendida respecto de los indios; obligados á hacer siempre lo que se les manda, sus personas son el juguete de sus gefes ó mandarines. Apenas han comenzado á cultivar la pequeña porcion de terreno que heredaron de sus mayores, tal vez antes de haber cogido el fruto de sus sudores; por obedecer á sus jueces, que los han destinado al trabajo de las minas, haciendas ó al servicio de algun particular. ¿Y no es esto, Señor, violar la propiedad perso– nal á un mismo tiempo? ¿No es esto inhabilitar á los indios para que puedan tener propiedad? Y despojados estos del libre uso de 5us personas, ¿á que se reduce la seguridad individual de que de– ben gozar los súbditos de un gobierno moderado? "Todo ciudadano honrado que observa las leyes de su pais, vive tranquilo en su casa en medio de su familia, sin que pueda ser incomodado por otro, á menos que la imperiosa voz de la pa– tria le llame á su servicio ó defensa. Mas el mitayo es arrancado de su hogar, y separado de su amada consorte y de sus tiernos hijos, no para servir á la república, sino para engrosar las opulen– tas fortunas de los particulares, para ser empleados en los oficios mas penosos de la sociedad y en aquellos exercicios que mas dañan y destruyen la salud. Esta obligacion de andar errantes de un lu– gar á otro, de una ocupacion á otra, ¿será compatible con la se– guridad de sus personas? ¿No es esto someter á los indios á una verdadera esclavitud, con la diferencia que los siervos entre noso– tros no reconocen mas que á un solo señor, pero los indios mita– yos tienen tantos amos, quantos son sus gefes, sus curas y jueces? Creo, Señor, haber demostrado que las mitas son incompatibles con

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