El teatro en la independencia: piezas teatrales

EL TEATRO EN LA INDEPENDENCIA XXXV tes que no son de Italia ni de París? Nada me ha sido más dificultoso que dejarle todo su aire lírico y destino musical evitando los pasajes y personajes fríos e inútiles, que se ven obligados a introducir los más excelentes poetas para dar gusto a los caprichosos italianos y franceses. "En efecto, esta es una composición que debiendo guardar severamente todas las leyes de la tragedia, se ha– lla sujeta a otras mucho más difíciles. La brevedad del can– to no permite farmar largas relacion?s que anuncien los hechos, dispongan los lances, y den lugar a seguir el curso sereno de la naturaleza. Empeñada la imaginación del ·es– pectador por los sucesos del héroe, jamás consiente que el poeta ostente sus talentos con ·arengas estudiadas. El ca– lor de la pasión ha de producir cualquier rasgo sublime y filosófico, consistiendo toda la gracia de su diálogo en cier– tas contestaciones lacónicas ·y llenas de dignidad que dejen comprender más de lo que se dice, y llenen el golpe mú– sico. "Desde los primeros versos es necesario agitar la ac– ción, entrar en· el fondo de ella, y exaltar las pasiones. Sus héroes deben obrar de un modo superior al común de los hombres; y su locución debe tener toda la sublimidad lírica, para que el canto, que parece un idioma de los dioses, le venga natural. Allí no se debe hablar sin convencer, ni con– vencer sino con· argumentos rápidos y llenos de sentimien– tos he.roicos. Deben producirse con frecuencia aquellos gol– pes teatrales donde llegando la pasi<;ín y el interés al último extremo, brillen la virtud y las grandes resoluciones. Así es necesario preparar mil situaciones complicadas, faltan– do al mismo tiempo lugar para dirigir los lances espontá– neamente; y n·o permitiendo lo conciso y cerrado del diálogo, prenda esencial del melodrama, una preparación gradual de los afectos. "Aun hay más: el poeta debe ser esclavo del espectador para proporcionarle decoraciones magníficas, que tal vez di– sipen la atención del objeto principal,· de la música, para darle arias regularmente intempestivas, que debilitan el ca– lor de la pasión. Los mismos coros de Eurípides y Sófocles son bastan·te insípidos muchas veces para esta necesidad, sin embargo de que los griegos los usaban con bastante econo– mía. La aria dramática, que a la fuerza y brevedad debe añadir toda la elevación pindárica, rara vez puede adaptarse

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