Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
28 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ la intangibilidad tradicional de la autoridad virreinaticia, había exal– tado las pasiones rebeldes, hasta entonces contenidas, de los crio– llos; a la vez que alarmado y prevenido las no disimuladas, sober– bias y despectivas, de sus amos de tres siglos. Miraban éstos con malos ojos a Liniers, francamente adicto a las clases y los anhelos populares, que eran los de la inmensa mayoría; racionalmente agra– decido a las simpatías, el apoyo la glorificación que de éste había merecido. Por eso mismo, ansiosos de sacudirse de este gobernante, interinamente confirmado por el rey en la autoridad que había estado ejerciendo (23 de octubre) echaron a volar la especie de que, como francés de nacionalidad, tiraba más del lado de Francia que del de España, y hasta abrigaba el propósito oculto de entregar la colonia a Napoleón, a quien se había permitido, cual si fuera su so– lo y legítimo superior, dar precipitada cuenta de s~s recientes y rui– dosos triunfos. Y consagráronse a indisponerlo con Carlos IV, a quien dirigieron inescrupulosamente aquellos miserables chismes; y hasta diéronse a la secreta aunque activa labor de preparar un movi– miento, con estos dos obj~tos: el primero, arrojar a Liniers; y el segundo, desarmar a los patricios y arribeños, cuya organización militar, convertida en estable hasta esa fecha, llevaba trazas de hacerse permanente; y cuyo orgullo regional, despertado y resopla– do por la victoria, amenazaba, en tiempo más o menos cercano, ser llamarada fatal para los dominadores. III Fermentaban en Buenos Aires estos encontrados propósitos y sentimientos, cuando a los muy pocos meses del triunfo de 5 de julio de 1807 sobre Whitelocke, hicieron explosión en la Península los extraordinarios sucesos de principios de 1808. Produjéronse, en efecto, con casi instantánea continuidad, la invasión de Portu– gal por Junot, la solapada irrupción en la Península, realizada por Murat; la alarma primero y pánico después de Carlos IV, que con su valido Godoy, determinó venirse a Cádiz y enseguida a América; la furia del populacho, en Aranjuez, al imponerse de este proyecto; el consiguiente motín, que dió en tierra con el odiado ministro; la primera abdicación de Carlos en su hijo Fernando VII (20 de marzo de 1808); la intervención de Bonaparte en las querellas que, por la corona renunciada y vuelta a codiciar, surgieron entre padre e hijo; la aceptación del emperador francés para árbitro de estos dos ex– traños competidores; la entrevista de Bayona (20 de abril) en que Fernando fue forzado a dimitir en favor de su padre, como éste fue precisado a una segunda abdicación en pro de Napoleón I; la cesión
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