Historia de la emancipación del Perú: el protectorado

FERMENTACION PATRIOTICA EN BUENOS AIRES 29 que el emperador de los franceses, así conjuntamente transformado en rey de España y de sus colonias, hizo de la corona que se le obsequiaba, en beneficio de su hermano José (6 de junio); la insurrección general que la noticia de estas vergonzosas circuns– tancias concitó en la Península; las trágicas escenas del 2 de mayo, con que se inició aquel incendio patriótico, en Madrid; la subleva– ción consiguiente y sucesiva de Cartagena, la Coruña, Zaragoza, Se– villa, Córdoba, Granada, Cádiz y Badajoz; la inmediata instalación de juntas provinciales de gobierno y guerra, que supliesen la ausen– cia de un monarca legítimo; la cautividad de Fernando en Valencey; la organización de una Junta Central en Madrid; la toma de esa ciudad por Napoleón ( 4 de diciembre); la fuga de la junta a Cá– diz, y la orden, por ella impartida a las posesiones americanas de repudiar solemnemente a José I, y solemnemente jurar al Deseado Fernando VII. IV Son de comprender la exitación y efervescencia que estas nove– dades causaron en Buenos Aires, a la par que en las demás colonias, sobre todo en los caudillos de los bandos que empezaban a esbozar– se y, por supuesto, en Liniers y el elemento oficial, de toda prefe– rencia. Por lo que hacía a la generalidad, la cuestión era de poca mon– ta: lo que ella quería, lo que ella sentía, era exclusivamente una co– sa: que continuara gobernando Liniers, personificación de sus vic– torias, encarncaión de su predominio, ''amigo del pueblo", cuyo régimen significaba la suplantación del odioso y rudo de Alzaga y sus godos acaparadores inveterados del poder, del orgullo y de la riqueza. Entretanto, decimos, el virrey interino veíase en la situación más apurada. ¿Reconocería a Fernando VII? Pero ¿y si triunfaba Napoleón? ¿No sería, entonces, considerado traidor por su propia patria y por Carlos IV, completamente supeditado por ésta? ¿Re– conocería a Bonaparte, o simplemente aplazaría la jura de Fernan– do? ¿Y no sería, en tal extremo, visto asímismo como traidor por la Junta Central y por los españoles, así de la colonia como de ultra– mar? Acentuaban la vacilación del mortificado jefe, postergando cualquiera resolución los sentimientos, ocultos y todavía imprecisos, pero ciertos, del bando criollo o popular. Saavedra y los demás cau– dillos de ese círculo preguntábanse: "Qué tenemos nosotros que ver en las querellas de la Península? ¿A qué tomar parte inmediata y directamente en las mismas? ¿Para qué decidirse por nada ni por

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