Historia de la emancipación del Perú: el protectorado
30 GERMAN LEGUIA y MARTINEZ nadie, exponiéndose a errar?". "Esperemos el resultado, concluían, y procederemos: por el momento, es peligroso e inconveniente determinarse". En el fondo, ese miedo era el modo de sentir y de pensar de Liniers. V Los españoles, entretanto, cohibíanle con la exigencia de la jura, lo mismo que veían, o fingían ver, la posibilidad de un peligro en las enunciadas dudas y trepidaciones del virrey, que respondían, al parecer mañosamente, a los anhelos escondidos en el corazón del pueblo. Encabezábalos, enérgica y decididamente, el alcalde de la ciudad, Martín de Alzaga, a quien ya conocemos; individuo en cuyo pecho ardían armónicos tres poderosos estímulos: el patrióti– co, de secundar la corriente antibonapartista de España; el político, de aniquilar el estorbo del criollaje armado, para sobre sus ruinas encaramar íntegro y absoluto, el predominio exclusivo, militar y civil, de su tierra y de su raza; y, en fin, el personal, de eliminar a Liniers y sucederle en el virreinato. No habiendo obtenido nada de su rival por el consejo y la per– suación, decidióse por lo único que íntimamente pretendía y anhe– laba: por las vías de hecho. VI Púsose, al efecto, en inteligencia con el gobernador de Montevi– deo, coronel don Francisco Javier de Elió, envidioso y enemigo de Liniers, cuya cuasi apoteosis había presenciado en Buenos Aires. Elió apresuróse, con prescindencia de su superior a proclamar y ha– cer reconocer al rey Fernando; a organizar una junta, que presu– mió de depender directamente de la Central de Cádiz; y a escribir a ésta última, acusando a Liniers de afrancesado, de bonapartista, y, por ende, de omiso en hacer la jura prescrita en la capital del terri– torio puesto a su cargo. Alzaga, por su parte, debía provocar un estallido, y proceder a esa jura en primera oportunidad, contando, como debía contar con las fuerzas montevideanas, a cuya sombra debería constituirse la junta correspondiente, cercadamente espa– ñola, en la sede del virreinato. Esa oportunidad podrá ser la desti– nada a la elección de nuevo cabildo; elección que, conforme a las disposiciones imperantes, debería efectuarse el l<? de enero de 1809. El plan deducíase a que Alzaga, con la gente a su servicio, y sobre todo con los batallones armados de vizcaínos, catalanes y gallegos,
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